También conocida simplemente como pingüino, este entrañable ícono del vino argentino busca asomar nuevamente su cabeza -que a veces muta en trompa de elefante o jugador de Boca- en las barras de recicladas pulperías. Su diseño tiene historia y su pasado, futuro. Las más locas jarras son codiciadas por coleccionistas, y su poder de representación, por políticos. En esta nota con regusto a bodegón, nuestra colaboradora Vanina Beviglia dibuja de un trazo su camino, desde los inmigrantes viñateros a los cantinas del ’30 y de vuelta a la mesa familiar.
Por Vanina Beviglia
Periodista, escritora, docente y editora
La jarra pingüino tuvo un uso cotidiano en la mesa de los argentinos y supo ser el fiel contenedor del vino suelto.
No es claramente una jarra cualquiera sino una personificación simpática de un animal que, aunque de ambientes fríos, fue diseñada para contener el calor ardiente del alcohol.
Hoy es un recuerdo de los domingos en familia, de las discusiones de asados y de una auténtica vida barrial. Sigue sobreviviendo en las mesas que quieren saborear un poco del pasado, de las tradiciones y del cálido abrazo familiar que hizo y hace feliz.
Una historia de tano y de vino suelto
La jarra pingüino es fabricada en loza o cerámica, blanca o pintada. Su diseño zoomórfico se le atribuye a inmigrantes italianos de final del 1930. El vino procedente de Mendoza, La Rioja, Córdoba y San Juan, llegaba a Buenos Aires contenido en damajuanas o barriles de madera de hasta 200 litros y eran los pulperos los encargados de mezclar el vino con agua y sustancias menos santas y fraccionarlo así en botellones y jarras de vidrio o cerámica para su comercialización.
Con la promulgación de la ley de «embotellado en origen» esta vieja costumbre que daba de qué hablar a los consumidores barriales y frecuentadores de cantinas, quedaría en el olvido.
Los coleccionistas
La misteriosa jarra pingüino ha sobrevivido hasta nuestros días llegando a ser un ícono de la la cultura argentina como lo son el asado y el mate, popularizándose sobre todo en la década del ’50.
Es sabido que jarras zoomórficas con apariencias de patos y hasta elefantes llegaron a tierras argentinas por los años ’40 provenientes de Francia. Este dato podría complicar la hipótesis que atribuía a ceramistas italianos radicados en las pampas argentinas la creación de la jarra. La importancia de la cuestión se complementa conque coleccionistas del mundo entero se disputan los más variados diseños de esta llamativa jarra para servir vino, especialmente vino tinto.
Elefante Búho Pato
Podríamos contar un centenar de variantes en el diseño de la jarra pingüino, algunas con formas o sin ellas que aún así son catalogadas con ese privilegio de ser llamada «la jarra pingüino».
Un juego con la mezquindad o la abundancia
Quien haya usado alguna vez esta jarra sabrá que su pico juega entre la mezquindad o la abundancia. Esto significa que no siempre es placentero el ritmo en que cae el vino.
Las particularidades de la jarra hace que no siempre se vierta el preciado líquido de la misma manera y así fueron naciendo las clásicas y añejas manchas de tinto en los manteles… que si pudieran hablar… ¡todo sería diferente!
Cuando la jarra pingüino quiere, el público se regocija, entonces, a tratarla bien, compañeros.
¡De ella depende ese grato momento que se desea pasar!