El ingeniero Julius Czwiklitzer llegó a Mendoza en 1903 en busca de nuevos horizontes y trabajo, como tantos otros europeos de la primera gran ola inmigratoria hacia Argentina. En esta provincia sísmica, con ingenio y visión de futuro, construyó las primeras piletas de hormigón sobre rodillos para bodegas. Con el tiempo se convirtió en un caracterizado vecino de Godoy Cruz, y por su empatía y solidaridad el gobierno austríaco lo designó cónsul de ese país en la provincia, el primero en ese cargo que hoy ocupa el también ingeniero Federico Kahr.
Pedro Straniero
Director periodístico Enolife
Por su capacidad de innovación, sus valores y su solidaridad, el gobierno austríaco designó a Julius Czwiklitzer cónsul de su país en Mendoza en 1931. Fue el primero con ese cargo, y tuvo la difícil misión de contener a sus connacionales cuando, en 1937, Hitler anexó Austria a Alemania y generó rencores entre vecinos, no sólo en la Vieja Europa sino también en Godoy Cruz, Mendoza, donde se afincó con su familia.
Pero mucho antes de la tarea diplomática, el ingeniero civil Julius Czwiklitzer había desarrollado una idea genial que le valió prestigio en la conservadora sociedad mendocina de principios del siglo XIX: construyó las primeras piletas de hormigón armado vidriado, apoyadas sobre rodillos para que no las rajaran ni los temblores ni la dilatación que produce aquí la amplitud térmica.
La historia de Czwiklitzer (1873-1941), vívida en el recuerdo de sus hijas y nietos pero poco conocida por los mendocinos en general, fue rescatada y registrada por el actual cónsul de Austria en Mendoza, el también ingeniero Federico Kahr, quien indagó sobre su antecesor en el Archivo Histórico local, en páginas de diarios de la época y a través de largas charlas con sus descendientes.

Un trabajo meritorio, que terminó de posicionar a Don Julio -así le decían en el barrio- como símbolo histórico de la comunidad austríaca en Mendoza. Fue Kahr quien organizó la reunión con las hijas del pionero Irene (recientemente fallecida a los 96 años), Irma (94) y Marilyn (nieta). Para ellas tres, Don Julio es un ejemplo de bonhomía, ingenio y solidaridad.
“Mi mamá me contó que papá trabajó en el norte de África, donde hay viñedos como acá, y ahí aprendió sobre la industria del vino”, decía orgullosa Irene, quien fuera destacada docente y ama de casa. A lo que su hermana Irma (también docente y traductora) agregó: “A mí, mamá también me contó que papá trabajó en el Canal de Suez, en ingeniería hidráulica.”.
Y la nieta Marilyn (70, abogada) completó la información: “Se hizo conocido por sus innovaciones y vino a Mendoza en 1904 contratado por el bodeguero sanrafaelino Tirazzo. Llegó solo, buscando afirmarse aquí, y en Viena quedó su esposa y dos hijos, un varón y una nena… Con el tiempo se divorció, se casó con mi abuela y fundó su familia mendocina”.
Irma recordó que su papá fue como un constructor “estrella” para los bodegueros de entonces, que se disputaban su capacidad. Así, construyó piletas para las bodegas La Colina de Oro (de Giol), Filippini, Santa Ana, Pincolini y otras. A mitad de su carrera –según una certificación que aporta Marilyn– Don Julio ya había construido piletas para 2 millones de hectolitros de vino (¡200 millones de litros!).
Otro dato poco conocido, que relatan sus hijas y nieta, es que Don Julio instaló un moderno sistema de turbinas en la vieja Usina de Cacheuta –sobre el río Mendoza–, de las que lamentablemente no queda rastro, tras el aluvión que se llevó todo en 1934.
Emocionada por los recuerdos, Irma se remontó a sus primeros tiempos: “Yo nací en la casa de Pellegrini 1147 de Godoy Cruz, cuando ya funcionaba allí el Consulado, en 1931. O sea que podría decirse que fue en territorio austríaco, pero nunca me hice la ciudadanía”.
La recordada Irene acompñaba: “Esa fue la época de las grandes corrientes inmigratorias, pero además de austríacos llegaban a casa españoles, italianos… Hasta los Niños Cantores de Viena vinieron a casa. Yo tendría 9 o 10 años, y me acuerdo que fuimos a la estación del ferrocarril a esperarlos, yo tenía un ramo de flores para entregar, y se lo di al chico que me gustó más”.
Entrada la charla, Irma cuenta una anécdota que pinta de cuerpo entero a Don Julio. “Papá salía de la casa grande a caminar por el barrio, él usaba traje y chaleco, de esos con bolsillito, y allí siempre llevaba monedas de 5 centavos… Apenas salía, lo esperaban los chiquitos del barrio, gente bastante pobre que en esa época vivía allí, en esa zona poblada de viñas… Le pedían: ‘¡Don Julio, un cinquito, un cinquito!, y él siempre tenía un cinquito para los chicos. Cuando falleció, todos esos chicos vinieron con ramitos muy humildes de flores para traerle a quien querían porque había sido tan generoso con ellos…”.
Los Czwiklitzer, una familia de pioneros cuyos valores perduran, como las de tantos inmigrantes que forjaron la Mendoza actual.