El ingeniero agrónomo, investigador y escritor Francisco González Antivilo -también CEO de su empresa Indegap- analiza en esta nota las ventajas de tener una finca «conectada», con sensores de parámetros que permitan mejorar el rendimiento de las plantas, y compara el óptimo «funcionamiento» de un cultivo con un auto de Fórmula 1. El manejo y aprovechamiento de datos y la geoestadística en el agro llegaron para quedarse y generar una nueva visión de la productividad y la rentabilidad.
Por Francisco González Antivilo
Biólogo y agrónomo
Empresario pyme y comunicador
En muchas industrias como la automotriz, la electrónica o la farmacéutica, la inversión en investigación y desarrollo (I+D) es un pilar fundamental para el crecimiento y la rentabilidad.
Para ilustrarlo, cada automóvil de F1 cuenta con 300 sensores que generan 1,1 millones de puntos de datos de telemetría por segundo, transmitidos desde los autos a los boxes en un área de apenas 10 m2 que es el volumen del monoplaza. Sin embargo, en el agro, es común que en cientos de miles de metros cuadrados no haya ni un solo punto de medición. Y cuando los hay, en general, transmiten menos de 24 datos en todo un día.
Esto nos lleva a una pregunta clave: ¿por qué el agro no adopta la cultura de medición y mejora continua que ha impulsado la eficiencia en otras industrias? La rentabilidad no sólo se logra con más tierras o mejores tractores; también se potencia a través del conocimiento, el análisis de datos y la toma de decisiones basadas en información precisa.
La agricultura de precisión: un cambio de paradigma
Con el nuevo siglo, la agricultura de precisión transformó la forma de entender el campo. Se comprendió que las condiciones de un cultivo no son homogéneas, que existe variabilidad y que ésta se puede agrupar en zonas de manejo para mejorar la eficiencia y reducir costos.
Sin embargo, mientras esta tecnología se masificó en cultivos extensivos como los granos, en los cultivos intensivos, como los frutales, la variabilidad es tan alta que su implementación no fue tan fuerte. Esto se debe a que la cantidad de puntos de muestreo necesarios para tomar decisiones con seguridad es mucho mayor. En resumen, la agricultura de precisión puso en el centro del debate la palabra «datos».
Del dato al conocimiento aplicado
Otro gran avance en este siglo fue el concepto de conocimiento aplicado. Esto significa que la información genérica que se encuentra en internet no refleja necesariamente lo que ocurre en una finca específica. Además, un solo dato no es suficiente; se necesitan muchos datos, de muchas fuentes y en diferentes momentos para modelar una situación real.
Cuando se adopta esta lógica, los millones de datos deben ser procesados, ordenados y clasificados para convertirse en información. Pero falta un último eslabón: la interrelación de variables como temperatura del suelo, humedad, crecimiento radicular, entre otras. Aquí entra en juego el análisis experto, que transforma la información en conocimiento.
Y, ¿por qué es conocimiento aplicado? Porque no es genérico, no se trata de «una finca», sino de «tu finca», lo que permite tomar decisiones con un mayor grado de certeza. Este enfoque se asocia con la geoestadística.
Invertir en conocimiento
Tomar decisiones basadas en conocimiento aplicado y dentro del paradigma de la agricultura de precisión es más seguro y rentable. No es un gasto, es una inversión. Es como jugar con las cartas marcadas: ¿se puede perder?, sí, pero es mucho menos probable.
Tanto el productor como el proveedor de servicios conocen que existen pérdidas invisibles que disminuyen la rentabilidad, pero también saben que pueden evitarse con conocimientos claves. Por ello, resulta fundamental encontrar aliados estratégicos en la búsqueda de eficiencia y rentabilidad.
¿Por qué no pensar que la propia finca puede ser un Fórmula 1? ¿Y actuar en consecuencia para lograrlo?