Entre las 1.200 variedades de vides que atesora el banco de germoplasma del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) de Mendoza, una está en especial foco por su adaptabilidad al estrés que provocan las nuevas condiciones de aumento de temperatura, sequía y fenómenos meteorológicos extremos. La cepa Palomino ha tenido un largo proceso de arraigo entre las criollas de América, por lo que ha fortalecido su resiliencia. Se cree que es originaria de Marruecos, se extendió a Andalucía, España, y llegó a nuestro continente traída por los primeros conquistadores. Tiene un 60% por ciento de parentesco con la Listán Prieto.
Las nuevas condiciones ambientales impuestas por el cambio climático están generando incertidumbre respecto a la producción vitivinícola.
El incremento de la temperatura, la escasez de agua, la disminución de las precipitaciones y en especial, el aumento en la frecuencia y magnitud de eventos extremos como lluvias, heladas, granizo y exceso de radiación, tienen consecuencias negativas en el establecimiento de las plantas y en su rendimiento. Sumado a ello, las nuevas condiciones climáticas podrían favorecer el desarrollo de nuevas plagas y enfermedades, o aumentar las que ya están presentes.
Como estrategia para enfrentar esta situación, se plantea el desarrollo de variedades a través de la selección de genotipos tolerantes al estrés. La selección de estos genotipos se basará en su respuesta a la tolerancia a la sequía y la eficiencia en el uso del agua, a la resistencia a plagas y enfermedades, considerando por supuesto, la respuesta agronómica y enológica de las variedades estudiadas.
Entre las variedades criollas que muestran especial adaptabilidad a las nuevas condiciones climáticas se encuentra la Palomino, originaria de Andalucía, España -y también conocida como Palomino Fino. Esta cepa tiene raíces que podrían extenderse a Marruecos, gracias a su historia con los moros en el siglo VIII. Es un tesoro patrimonial presente en Sudamérica, particularmente en Perú, donde se le llama «albilla», y en Argentina.

A pesar de su larga trayectoria en la vitivinicultura colonial, no se han encontrado descendientes criollos de esta variedad. Curiosamente, comparte el 60% de su genética con el Listán Prieto, lo que se refleja en sus hojas y racimos.
Hoy, la variedad Palomino es estudiada por el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) Mendoza en su colección de germoplasma, resaltando su valor para enfrentar el cambio climático, ya que produce mostos con pH bajo en climas cálidos. Su resistencia a la sequía y salinidad, junto con su adaptabilidad a diversas condiciones, la convierten en una opción atractiva para el cultivo en la región, aunque su población ha disminuido a lo largo del tiempo. De este modo, la Palomino sigue siendo un símbolo de tradición y futuro en la viticultura.
Para más información y descripción técnica sobre esta variedad comunicarse a los siguientes correos electrónicos: aliquo.gustavo@inta.gob.ar – prieto.jorge@inta.gob.ar – torres.maria@inta.gob.ar
La vides fundacionales en el banco de germoplasma del INTA
El banco de germoplasma de la Estación Experimental (EEA) del INTA Mendoza se originó a partir de una antigua colección ampelográfica de la Escuela Nacional de Vitivinicultura, que inicialmente tenía algunos cepajes locales y variedades traídas de Francia y, principalmente, de Italia. Actualmente, cuenta con 1.200 variedades de vinificar, de mesa, criollas, para pasas e híbridos.
Hoy, este banco de germoplasma de vides del INTA es el tercero más grande de de América. Cuenta con 1.200 variedades, incluyendo algunas muy antiguas, casi extintas, e incluso extintas en sus lugares de origen, resguardando la diversidad genética del género Vitis. El objetivo es estudiarlas para mejorar la adaptación a las condiciones climáticas y desarrollar nuevos cultivares con buena tolerancia a condiciones de estrés abiótico, como salinidad y sequía. En este sentido, la entidad ha puesto especial foco en el potencial de la variedad Palomino.
En América Latina, las primeras plantas de vid fueron introducidas por los colonizadores españoles a inicios del siglo XVI. En nuestros países existen un gran número de variedades autóctonas, que se denominan “criollas”. Estas variedades se originaron a lo largo de casi 500 años de historia vitivinícola en la región, derivadas de cruces naturales entre las vides traídas por los españoles durante la conquista y colonia. Las dos cepas fundacionales de la viticultura en América Latina son la Listán Prieto y Moscatel de Alejandría. Los cimientos de la industria vitivinícola de América se construyeron sobre esas dos variedades, a medida que la vitivinicultura se extendía por el norte desde México a los Estados Unidos y hacia el sur llegando a Perú, Chile, Bolivia y Argentina.


La vitivinicultura evoluciona en el mundo
La vitivinicultura, que acompaña al ser humano desde hace unos 8.000 años, constituye un mundo conservador que a la vez no deja de evolucionar, hoy impulsado por la globalización, el cambio climático, cambios en la valoración medioambiental, legislativos, o en los gustos del consumidor.
Un aspecto importante es el recambio en las variedades cultivadas: en España, por ejemplo, en sólo 25 años (1990-2015) la variedad Airén ha pasado de casi 500.000 ha a la mitad, mientras que la Tempranillo ha crecido de 50.000 a 200.000 ha.
Así que una pregunta importante es ¿qué variedades se cultivarán en el futuro? Para responderla hay que ir al origen de las variedades de vinificación actuales. Todas se han originado por dos vías posibles: la mayoría, por cruzamientos naturales entre variedades, y unas pocas por mutación en alguna planta de variedades existentes.
En muchas regiones vitivinícolas se ha observado la existencia de familias varietales, variedades con un alto grado de parentesco, en muchos casos con unas pocas variedades fundadoras que han dado lugar a variedades emparentadas, lo que en muchos casos contribuye a la tipicidad de los vinos de esa región.
Entre las variedades del futuro, cabe mencionar por su importancia dos grupos. Por un lado, la producción de nuevas variedades por mejora genética clásica (cruzamientos artificiales), fundamentalmente resistentes a enfermedades (por ejemplo, la Piwi), ya está en pleno desarrollo en muchos lugares, e incluso ya existen variedades de este tipo a la venta. Por otro, el futuro deparará el cultivo de variedades locales, autóctonas, minoritarias, o casi extintas, cuyo interés crece en todo el mundo en busca de la diferenciación y la vuelta a los ancestros vitivinícolas de cada región, como el caso de las variedades patrimoniales americanas. En muchos casos, estas variedades formarán parte de la familia varietal de la región, manteniendo su tipicidad y ofreciendo una historia que acompañará y enriquecerá a sus vinos.
La Listán Prieto fue la principal variedad cultivada hasta bien avanzado el siglo XIX en la mayoría de los países americanos. Se encuentra en viñedos de más de 100 años y se conoce con diferentes nombres: Criolla Chica en Argentina, País en Chile, Negra Corriente o Negra Criolla en Perú, Misionera en Bolivia, o Misión en México. Además de estas dos cepas fundacionales, existe en Latinoamérica una gran diversidad de variedades criollas con características diversas que se han ido descubriendo los últimos años.