El oídio es una de las enfermedades más temidas en la vid. Cuando aparece el hongo como un polvillo harinoso sobre las hojas, hay que ponerse en guardia, porque puede arruinar una cosecha y trasladar sus efectos al vino resultante. Como todos los productores argentinos saben, el azufre es uno de los medios más utilizados para prevenirlo, y contra el inóculo ya detectado hay distintos productos sistémicos efectivos. Pero siempre está disponible otro medio de lucha ecológico, el agua ozonizada, que puede utilizarse tanto en el riego como para fumigar, en ambos usos eficaz para el control de la enfermedad. Por eso, siempre viene bien recordar cómo actúa el hongo y los modos de combatirlo.
Cenizo, blanquilla, cenicilla, roya, polvillo, cendrada, blanqueta… Los nombres son numerosos dependiendo del país y la región, pero el peligro es sólo uno: el oídio. Aunque afecta a muchas especies vegetales, posiblemente donde esta enfermedad resulta más temida, por las consecuencias económicas que puede llegar a tener, es en las plantaciones de vid. Si en las hojas de la plantación comienzan a aparecer un polvillo blanco de aspecto harinoso, hay que ponerse en guardia: es posible que las vides se hayan contaminado con este hongo.
Una enfermedad sin fronteras
El oídio es una enfermedad temible que puede atacar a todos los órganos verdes de la vid y causar daños en cualquier zona vitivinícola, con diferente intensidad según las variedades y las condiciones climatológicas de cada año, pudiendo arruinar cosechas enteras.
Esta enfermedad está provocada por diversos géneros de hongos ectoparásitos, pero el que incumbe particularmente a la industria vitivinícola es el Uncinula necator (Erysiphe necator), que parasita específicamente a la vid, formando un micelio blanquecino sobre frutos y hojas, tanto en el haz como en el envés. Este micelio, que se ve como una especie de polvillo blanco, es el que da nombre a la enfermedad: polvo, polvillo, ceniza…
En los brotes y sarmientos, inicialmente forma manchas difusas de color verde oscuro que van creciendo, definiéndose y pasando a tonos achocolatados al avanzar la vegetación, y negruzcos al endurecerse el brote. Los ataques fuertes originan un mal agostado de los sarmientos, con la consiguiente disminución de la acumulación de las reservas de las yemas.
En los racimos se localizan los daños más importantes. Al principio los granitos aparecen con un cierto tinte plomizo y en poco tiempo se recubren de polvillo ceniciento. Los ataques fuertes ocasionan la detención del crecimiento de la piel de manera que algunos granos llegan a rajarse, lo que implica daños directos en la calidad y cantidad de la cosecha, y otros indirectos, al favorecerse la pudrición por la penetración de Botrytis cinerea y otros agentes.
La enfermedad se propaga por contacto con las esporas del hongo que son dispersadas por el agua, aire, insectos, etcétera. El tiempo caluroso y una atmósfera húmeda, pero sin agua, favorece que el hongo se desarrolle muy rápidamente en las hojas y en particular en los racimos que están abrigados por un follaje tupido. La insolación es perjudicial para el parásito al desecar el aire. El hongo pasa el invierno en el interior de las yemas, protegido por las escamas.
Daño en el cultivo y en la calidad del vino
Evidentemente, la presencia del hongo tiene un impacto importante en la maduración de la uva, con un retraso en el crecimiento de las bayas y en su madurez fenólica, detención del crecimiento de la piel, lo que se traduce en grietas, fragilidad de la pulpa, etcétera. El problema del oídio no afecta únicamente a los cultivos, ya sea en viveros o invernaderos o en campo abierto; también provoca problemas posteriores en la calidad de los vinos, al no poder ser corregidas todas las complicaciones que plantea la presencia del hongo en la vinificación de cosechas con esta enfermedad.
Así, uno de los principales problemas que plantean estas cosechas, además de los de orden fermentativo, es el de provocar en los vinos aromas a hongos (a humedad) y gustos fenólicos. Si el porcentaje de bayas afectado es alto, los aromas azufrados reemplazan a los afrutados en el caldo resultante.
Condiciones predisponentes
La enfermedad puede desarrollarse entre límites muy amplios de humedad relativa y temperatura, progresando con rapidez con temperaturas cálidas y humedad ambiental alta. En períodos calurosos y secos, los ataques del hongo no son intensos. La enfermedad actúa en un rango de humedad relativa del 40 al 100%. El agua libre sobre los tejidos es nociva para los conidios y las lluvias producen un lavado.
El hongo causante del oídio puede atacar cosechas sucesivas, ya que es capaz de permanecer en el cultivo bajo dos formas:
1. En estado de órganos resistentes denominados «peritecas», en la superficie de los sarmientos.
2. En estado de micelio en el interior de las yemas.
En primavera, el parásito invade los pámpanos salidos de las yemas contaminadas. Los filamentos de micelio se desarrollan en los órganos verdes, a los que parasita por medio de haustorios. Cuando las condiciones ambientales son favorables, el micelio emite conidios, que se extienden sobre los órganos sanos situados cerca de los órganos contaminados, germinan y propagan la enfermedad.
Estrategias de control
El oídio, como casi cualquier enfermedad criptogámica, es una enfermedad difícil de erradicar, por lo que es más eficaz aplicar medidas preventivas, como emplear la poda en verde para aumentar la aireación, ya que esta crea una ambiente poco favorable al desarrollo del hongo y por otra parte favorece la penetración de los fungicidas; destruir la madera de poda afectada, con manchas en sarmientos al final de la vegetación, y aplicar todas las estrategias conducentes a aumentar la aireación.
Ya que los conidios del hongo son muy sensibles al calor y la luz directa del sol, otras estrategias recomendables son:
- Establecer el viñedo en sitios soleados y abiertos, orientando las hileras de manera que haya buena circulación del aire y exposición a la luz.
- Mantener un follaje poco denso, eliminando hojas alrededor de los racimos, para permitir un secado rápido y facilitar la penetración de los fungicidas.
Los tratamientos químicos deben ser preventivos ya que, como decíamos, una vez instalada la enfermedad es muy difícil erradicarla. En la lucha química contra el oídio existe una amplia gama de productos y estrategias de control, aunque no debemos olvidar que los tratamientos químicos del suelo o el cultivo, además de resultar agresivos y costosos (económica y medioambientalmente) no aseguran la destrucción del hongo y dejan residuales tóxicos indeseables en suelo, plantas y frutos, con los problemas que ello implica.
Planificación de la lucha
Teniendo en cuenta los factores predisponentes de la enfermedad, los momentos oportunos para los tratamientos preventivos contra el oídio variarán según las condiciones meteorológicas, aumentando o disminuyendo su número pero, en general, se aplican cuando:
- Los brotes tienen unos 10-15 cm.
- Al inicio de la floración.
- Entre grano tamaño guisante y garbanzo e inicio del envero.
Agua ozonizada: medio de lucha eficaz y ecológico
Ya hemos visto que las especies del género Erysiphe pueden sobrevivir en las vides afectadas, así como sobre restos vegetales del suelo en descomposición, y en el agua de riego. Además, la infección de plantas y frutos con oídio abre la puerta a infecciones de otros géneros de hongos que pueden llegar también a través del agua de riego.
El riego con agua ozonizada elimina eficazmente los reservorios de hongos del suelo, dejando el área libre de peligro para el siguiente cultivo. El uso de agua ozonizada para el riego consigue, además de proporcionar un agua completamente libre de microorganismos potencialmente peligrosos para las plantas, descontaminar el suelo, mejorando notablemente sus propiedades físico-químicas, con lo que los transforma en suelos más ricos en nutrientes, de los que la planta obtiene con mayor facilidad los elementos que necesita para un crecimiento vigoroso y sano.
Por otra parte, una vez detectado un brote de oídio, las fumigaciones con agua ozonizada han demostrado ser eficaces en el control de la enfermedad. En efecto, el ozono disuelto en las concentraciones adecuadas en agua puede ser utilizado como desinfectante foliar y de frutos, dado su alto poder biocida, capaz de eliminar los hongos y bacterias causantes de enfermedad en las plantas.
Pulverizaciones periódicas con agua ozonizada garantizan una cosecha abundante y una plantación libre de hongos, con un aumento en la salud, resistencia y vigor de las plantas. Las fumigaciones deben realizarse de manera que se asegure la completa humectación de las hojas (haz y envés).
Asimismo, el ozono es un potente cicatrizante, por lo que es aconsejable su uso tras la cosecha o la poda ya que las heridas dejadas por las ramas o el fruto al ser cortados constituyan un paso franco para los microorganismos patógenos. Al acelerar el proceso de cicatrización y mantener las heridas libres de microorganismos (porque los destruye), las pulverizaciones con ozono garantizan que las plantas no se vean afectadas, no sólo por oídio, sino por las diversas enfermedades que pueden desencadenarse tras estas operaciones.
La experiencia, estadísticas y numerosos estudios indican que en numerosas plantaciones, tanto en vivero, invernadero como en campo abierto, con fumigaciones de agua ozonizada a concentraciones de 0,7-1 ppm de ozono, se consigue controlar por completo la enfermedad.
Fuentes: https://www.cosemarozono.com/ y Asturnatura.com