La escritora mendocina, creadora de un subgénero literario enfocado en el vino, destaca en su habitual «Columna líquida» -publicada originalmente en el diario Memo- el maridaje que suele producirse entre la poesía, la música y la magia de la bebida nacional argentina. Canciones para emocionarse con una copa en la mano, solos o con amores cercanos o lejanos.
Marcela Muñoz Pan
Escritora mendocina,
poeta del vino.
Mientras escuchamos a Luis Eduardo Aute me tomaría un vino con carácter volátil, blanco, muy fresco, como un sauvignon blanc, con ciertos toques de naranja, pomelo, pimiento verde, melón, maracuyá… Son sabores y aromas que inspiran a esa inmortalidad que imaginamos sería blanca, puesto que no llevaremos nada puesto encima, pero sí las sensaciones. Como dice Aute, «vuelan las alas del agua», para escuchar estas baladas con la profundidad de sus textos duros, pero con la ternura necesaria como su álbum Intemperie.
Vamos con lo salvaje y blanco para este día, y despertemos esos latidos que no hablen de blasfemias ni derrotas… Que no sea ordinario este día y que las manos triunfantes te sirvan otro blanquito mientras escuchás la música de Luis Eduardo Aute:
Sin tu latido
Hay algunos que dicen
que todos los caminos conducen a Roma.
Y es verdad, porque el mío
me lleva cada noche al hueco que te nombra.
Y le hablo y le suelto
una sonrisa, una blasfemia y dos derrotas,
luego apago tus ojos
y duermo con tu nombre besando mi boca.
Ay, amor mío,
¡qué terriblemente absurdo es estar vivo
sin el alma de tu cuerpo, sin tu latido!
Que el final de esta historia,
enésima autobiografía de un fracaso,
no te sirva de ejemplo.
Hay quien afirma que el amor es un milagro,
que no hay mal que no cure,
pero tampoco bien que le dure cien años;
eso casi lo salva,
lo malo son las noches que mojan mi mano.
Aunque todo ya es nada,
no sé por qué te escondes y huyes de mi encuentro.
Por saber de tu vida
no creo que vulnere ningún mandamiento;
tan terrible es el odio
que ni te atreves a mostrarme tu desprecio,
pero no me hagas caso,
lo que me pasa es que a este mundo no lo entiendo.
Albanta
Yo sé que allí,
allí donde tú dices,
vuelan las alas del agua
como palomas de escarcha
y el mar no es azul
sino vuelo de tu imaginación,
en Albanta.
Que aquí, tú ya lo ves,
es Albanta al revés…
Yo sé que allí,
allí donde tú dices,
no existen hombres que mandan
porque no existen fantasmas
y amar es la flor
más perfecta que crece en tu jardín,
en Albanta.
Que aquí, tú ya lo ves,
Es Albanta al revés…
Yo sé que allí,
allí donde tú dices,
vuelan las alas del agua
como palomas de escarcha
y el mar no es azul
sino vuelo de tu imaginación,
en Albanta…
Que aquí, ya tú lo ves,
es Albanta al revés…
Yo sé que allí,
allí donde tú dices,
no existen hombres que mandan
porque no existen fantasmas
y amar es la flor
más perfecta que crece en tu jardín,
en Albanta.
Que aquí, ya tú lo ves,
es Albanta al revés…
Una famila, un bonarda y la suerte de vivir
Varias siestas de domingo, después del almuerzo familiar, mi padre me recitaba de memoria el poema de Alberto Cortéz «Qué suerte que he tenido de nacer»… Se sumaba por ahí la voz, también recitando, de mi hermana mayor, y así se iba sumando la tía y la otra tía, mientras un Bonarda sanmartiniano en la copa de mi papá también festejaba su existencia. Él, inspirado en su Bonarda preferido, trataba de explicar la vida y la muerte con su notable memoria; yo comencé a comprender desde muy temprano esa dualidad que me dejaba absorta en el patio debajo del parral, y no dudaba en disfrutar que lo tenía, brindando con agua porque era menor para tomar alcohol… Creía que sí entendía.
Cuando ya pude tomar ese Bonarda, estaba sola, recordando su voz recitando, los domingos y la suerte de que haya sido mi padre y me diera la vida.
Qué suerte que he tenido de nacer
Qué suerte he tenido de nacer
para estrechar la mano de un amigo
y poder asistir como testigo
al milagro de cada amanecer.
Qué suerte he tenido de nacer
para tener la opción de la balanza,
sopesar la derrota y la esperanza
con la gloria y el miedo de caer.
Qué suerte he tenido de nacer
para entender que el honesto y el perverso
son dueños por igual del universo
aunque tengan distinto parecer.
Qué suerte he tenido de nacer
para callar cuando habla el que más sabe;
aprender a escuchar, ésa es la clave
si se tiene intenciones de saber.
Qué suerte he tenido de nacer
y lo digo sin falsos triunfalismos;
la victoria total, la de uno mismo,
se concreta en el ser y en el no ser.
Qué suerte he tenido de nacer
para cantarle a la gente y a la rosa
y al perro y al amor y a cualquier cosa
que pueda el sentimiento recoger.
Qué suerte he tenido de nacer
para tener acceso a la fortuna
de ser río en lugar de ser laguna,
de ser lluvia en lugar de ver llover.
Qué suerte he tenido de nacer
para comer a conciencia la manzana
sin el miedo ancestral a la sotana
ni a la venganza final de Lucifer.
Pero sé, bien que sé,
que algún día también me moriré;
si ahora vivo contento con mi suerte,
sabe Dios qué pensaré cuando mi muerte,
cuál será en la agonía mi balance, no lo sé,
nunca estuve en ese trance.
Pero sé, bien que sé,
que en mi viaje final escucharé
el ambiguo teñir de las campanas
saludando mi adiós, y otra mañana
y otra voz, como yo, con otro acento
cantará a los cuatro vientos.
Qué suerte he tenido de nacer.
Un espumante para olvidar… O recordar
El día va terminando, y para embriagarse un poco, nada mejor que un espumante, para olvidarte, olvidar, olvidarnos en ese bullicio de burbujas como himnos en la boca, que han pactado la persistencia… Y esa ligereza de los espumantes dulces más que nada, efervescentes, que parecen llegar para quedarse porque son ideales para las celebraciones, y también complejos por la diversidad de zonas y la infinidad de variedades con las que se elaboran.
Pero bueno, llegó el final del día y la nostalgia viene de la mano de las metáforas milagrosas de las canciones de Jorge Rojas y Los Nocheros. ¡Salud!
No saber de tí
Nadie me habla de ti, sin embargo, te extraño.
No me resigno a olvidarte, aunque pasen los años.
Qué será de ti, por donde andarás,
a qué distancia te encuentras de mi soledad.
Cómo quisiera saber si es que aún me recuerdas,
si has preguntado por mí, si te duele mi ausencia,
qué ha cambiado en ti y en tu corazón,
cómo ha seguido tu vida después de mi amor.
Desde que no estás aquí ya no puedo encontrar
de nuevo el sentido de la libertad,
sin ti no imagino volver a empezar.
Quiero saber qué fue de ti.
Desde que no estás aquí, sólo me habita el dolor,
se me va la vida sin saber de tu amor.
En otros brazos un día dejé mi destino
sin encontrar la manera de echarte al olvido,
fue como intentar detener el mar
con un puñado de arena, tapar un volcán.
Tan grande fue esta pasión que ocupó mis sentidos
que sólo escucho tu voz y te siento conmigo,
que mis ojos son sólo para ti,
tu sabor y tu perfume quedaron en mí.
Desde que no estás aquí ya no puedo encontrar
de nuevo el sentido de la libertad,
sin ti no imagino volver a empezar,
quiero saber que fue de ti.
Desde que no estás aquí, sólo me habita el dolor,
se me va la vida sin saber de ti, amor.
Entre el cielo y la tierra
Yo siento que me provocas
aunque no quieras hacerlo.
Está grabado en tu boca
a rojo vivo el deseo
y casi puedo tocarte
como una fruta madura.
Presiento que voy a amarte
más allá de la locura
Voy a comerte el corazón a besos,
a recorrer sin límites tu cuerpo,
y por el suelo nuestra ropa,
suave, gota a gota.
Voy a emborracharte de pasión,
voy a comerte el corazón a besos,
a recorrer sin límites tu cuerpo.
Voy a dejar por tus rincones pájaros y flores
como una semilla de pasión.
Ahora te sueltas el pelo
y así, descalza, caminas.
Voy a morder el anzuelo
pues quiero lo que imaginas
cuando se cae tu vestido
como una flor por el suelo.
No existe nada prohibido
entre la tierra y el cielo.
Voy a comerte el corazón a besos,
a recorrer sin límites tu cuerpo,
y por el suelo nuestra ropa,
suave, gota a gota.
Voy a emborracharte de pasión,
voy a comerte el corazón a besos,
a recorrer sin límites tu cuerpo,
voy a dejar por tus rincones pájaros y flores
como una semilla de pasión.