En el estudio que aquí publicamos, realizado por los investigadores, docentes y escritores Pablo Lacoste (mendocino, profesional de la Universidad de Santiago de Chile) y Juan Blánquez (español, de la Universidad Autónoma de Madrid) se examina la hipótesis de los denominados vitimigrantes como actores fundamentales de los paisajes culturales del pisco en Limarí (Chile) y del vino en la región Mendoza Este (Argentina), quienes sirvieron de base para el proyecto de enturismo ecocultural que actualmente impulsan los clústeres empresarios de ambos territorios.
La investigación confirma que el flujo migratorio se desplazó en el marco de la gran emigración europea debido a la pobreza de fines del siglo XIX, agravada por la plaga de filoxera que dañó 4 millones de hectáreas de viñedos en Europa.
os flujos fueron heterogéneos, formados por viticultores y personas de otros oficios; pero al llegar a Limarí y Mendoza Este, después de una transición dolorosa y compleja, se asentaron como vitimigrantes, colocando en el centro de su interés el cultivo de la viña para elaborar piscos y vinos respectivamente. Como resultado, contribuyeron a modelar nuevos paisajes culturales, con singular valor identitario y patrimonial, que ahora sirven de base para los proyectos de turismo ecocultural.
En 1910, la región de Mendoza Este (departamentos de San Martín, Junín, Rivadavia, Santa Rosa y La Paz) disponía de 513 bodegas. En los 15 años siguientes, la superficie del viñedo en el Este se triplicó, hasta llegar a 20.000 hectáreas en 1925.
Innovación en turismo rural
La decisión de los clústeres enoturísticos de Limarí y Mendoza Este por organizarse para cambiar el modelo de desarrollo local, a partir de la identidad y el patrimonio, representa un intento innovador para el turismo rural del Cono Sur de América. Las empresas vitivinícolas, restoranes y hoteles de ambos territorios se han movilizado en torno a estas propuestas (Enolife, 2024) y procuran impulsar un cambio del modelo en zonas que, hasta entonces, eran fuertes en la producción de vinos y piscos (Iribarren; 2020;
Marigliano, Castillo y Pérez, 1992; Capone 2010; Mateu, 2011; Escandón, 2016; Lacoste, 2016; Skewes, 2024), pero con poca relevancia como destinos turísticos. Se trata, en ambos casos, de industrias emblemáticas reconocidas como tales por las autoridades nacionales.
Así, el peronismo reivindicó la vitivinicultura como una de las industrias más importantes de Argentina (Lacoste, 2019), mientras que Salvador Allende eligió el pisco como producto emblemático de Chile y representante del prestigio de su revolución socialista, con eje en las destilerías de Mal Paso y Bauzá en Limarí (Santoni y Fediakova, 2023; Luna, 2015), proyecto que sería reforzado años después con una temprana estrategia de ludodiplomacia y gastropolítica (Fernández y Valenzuela, 2024). Sin embargo, finalizada la década de 1970, pasó el ciclo de auge de la industria vitivinícola como símbolo del desarrollo y la prosperidad para dar lugar a una nueva etapa signada por el impulso al enoturismo, sobre todo a partir de la década de 1990.

En este proceso se lograron avances importantes en algunos polos geográficos; casos del Valle de Elqui, en Coquimbo y el Valle de Uco, Maipú y Luján, en Mendoza (Navarrete, 2014; Santoni et al, 2023). Sin embargo, sin haberse estudiado hasta la fecha, quedaron excluidos los territorios de Limarí y Mendoza Este. Sin embargo, esta situación ha comenzado a revertir se a partir de un nuevo movimiento orientado hacia el enoturismo ecocultural ligado a su territorio y que cuenta con la incorporación de atractivos turísticos sustentables, como globos aerostáticos y fuertes inversiones para activar el turismo en lugares, hasta entonces productivos, como el hotel boutique de la pisquera Mal Paso y la apertura al turismo de antiguas casas patronales, como la hacienda Juntas en Limarí y el Palacio Gargantini, en Mendoza Este. Se enfatiza, así, la identidad y el patrimonio cultural construido de manera colectiva y transmitido, de generación en generación, a lo largo del tiempo. Ambos territorios han comenzado a poner en valor sus paisajes culturales (Skewes, 2024); han avanzado en asociatividad, con la creación de clúster turísticos y han elaborado un relato compartido en torno al papel de los vitimigrantes como articuladores del paisaje cultural del vino y el pisco en Mendoza Este y Limarí, respectivamente.


Este relato compartido se habría iniciado a fines del siglo XIX, en el marco de la plaga de filoxera en Europa, lo que alentó el traslado de los viticultores hacia otros países del mundo en busca de tierras limpias donde poder continuar con la práctica de su oficio (Binimelis, 2014; Oestreicher, 2000; Provedo, 2009). Los que llegaron a Mendoza Este y Limarí sentarían las bases de los paisajes culturales del vino y el pisco en sus respectivos territorios. Pero dichos cambios debemos enmarcarlos dentro de un proceso mayor, signado por los fuertes flujos migratorios, desde Europa hacia América entre fines del siglo XIX y comienzos del XX.
En el Cono Sur, el impacto mayor por la inmigración europea se produjo en Argentina, donde llegaron 6,5 millones de inmigrantes, que incluían 3 millones de italianos, 2 millones de españoles y 250.000 franceses; entre otros. En Chile el impacto fue menor pues, entre 1883 y 1970, sólo llegaron 45.000 españoles.
El presente ensayo quiere analizar y valorar el impacto de esos flujos migratorios en la transformación de los paisajes culturales de sendos territorios, un legado inconciente que hoy debemos reconocer. El
trabajo por desarrollar se basa en la identificación, con claridad, de dichos antecedentes para, de esta
manera, poder establecer las condiciones a partir de las cuales se podrían o deberían diseñar nuevos proyectos de desarrollo territorial contando, en esta ocasión, con el apoyo del patrimonio tangible e intangible como un factor más en favor de una nueva retórica de desarrollo sostenible. Es decir, asumiendo una actualizada valoración de la Cultura como un factor económico más.
Materiales y métodos
Se ha utilizado el método de la Historia (heurístico crítico) con vistas a confrontar las hipótesis con referentes empíricos, en particular para identificar el papel que cupo a los vitimigrantes de origen europeo en la transformación de los paisajes culturales de Limarí y Mendoza Este, al asentar allí un modelo socioeconómico centrado en el cultivo de la viña y en la elaboración de vinos y piscos y que ahora se pretende reciclar hacia el turismo eco-cultural.
El trabajo se ha realizado a partir de fuentes históricas incluyendo los archivos del Centro de Estudios Migratorias de América Latina (Cemla); estadísticas oficiales de población, a través de censos nacionales y locales de Argentina (1869, 1895 y 1914 y Chile (1865, 1875, 1885, 1895, 1907 y 1920); estadísticas
Idesia 2025; 43: e07 de producción vitivinícola (SAG, 2024; INV, 2024); fuentes hemerográficas (diarios y periódicos); informes técnicos de la época (Chouteau, 1887; Álbum Centenario, 1910; Álbum Norte de Chile (1920), Los Andes (1921), Molins y Dantil (1923) y Frigerio 1923); documentos privados (cartas entre migrantes) y entrevistas a los actores locales. Estas fuentes se han cruzado con las recopilaciones de Iribarren (2020); Marigliano, Castillo y Pérez (1992); Cunietti (1999), Capone (2010) y los estudios y testimonios de Luna (2015) y Carmona (2013).
Limarí y Mendoza Este: similitudes y diferencias
Los territorios de Limarí y Mendoza Este presentan varias analogías, lo cual legitima este estudio comparado. La extensión y la división política resultan bastante parecidas: la provincia de Limarí se formó en 1975, dando continuidad a los antiguos departamentos de Ovalle y Combarbalá. Por razones didácticas, este texto se va a referir a ese territorio, de modo unificado, como Limari. Tiene una superficie de 13.553 km2, mientras que Mendoza Este llega a 19.422 km². A su vez, cada uno tiene cinco municipios: en Limarí están Ovalle, Piritaqui, Río Hurtado, Monte Patria y Combarbalá; a su vez, en Mendoza Este tenemos a San Martín, Junín, Rivadavia, Santa Rosa y La Paz.


Ello presenta problemas similares para coordinar un plan estratégico compartido por las autoridades municipales que suelen priorizar sus miradas locales y sus intereses políticos a corto plazo. Otro elemento común se encuentra en la especialización vitivinícola: Limarí es el corazón de la producción nacional de pisco, con el 62% de la uva pisquera de todo Chile; mientras, Mendoza Este cumple un papel homólogo en la industria argentina del vino.
A ello hay que sumar la escasez de precipitaciones (entre 100 y 200 mm anuales), lo cual determina que la agricultura solo es posible con costosas obras de riego y, por lo tanto, la actividad tiende a orientarse a la agricultura intensiva de alto valor como frutales, viñedos y hortalizas. La producción intensiva llevó a ambos territorios a vincular la agricultura con la industria a través de la vitivinicultura especializada en pisco (Limarí) y vino (Mendoza Este), algunas de las cuales alcanzaron renombre nacional e internacional.
Fueron los casos de Orfila (1905), Catena (1906), Gargantini (1906), Titarelli (1915) y, más recientemente, Los Haroldos, en Mendoza Este y Mal Paso, Bauzá, la cooperativa Control Pisquero (1931), las pisqueras ancestrales (Waqar, Juliá, Álvarez, Chañaral de Carén y Cogotí) y, últimamente, la Compañía Pisquera de Chile (CCU), en Limarí. Todos estos establecimientos se convirtieron en pedestales de prestigio y símbolos del territorio, catapultando a sus familias a espacios de relevancia nacional e internacional. Así, tres de ellos llegaron a la gobernación de Mendoza: los bodegueros Alejandro Orfila (1926-1928) y Santiago Felipe Llaver 1983-1987) y Cristóbal Juliá a la gobernación de Coquimbo (2025-2029); a ellos podríamos sumar el secretario general de la OEA, Alejandro Orfila (1975-1984) (Morgenfeld, 2014) y Manuel Alejandro Álvarez, nacido en la pisquera Mal Paso integró la Corte Internacional de Justicia de La Haya (Rojas, 2011).


No obstante, existen algunas asimetrías entre ambos territorios. La más evidente es el relieve: en Mendoza Este predominan las llanuras, con suaves planicies que facilitan el trabajo agrícola, salvo la zona de Huaiquerías; en cambio, en Limarí predomina la topografía irregular, signada por la cordillera de los Andes y la cordillera de la Costa.
La tierra fértil es escasa, con lo cual la capacidad agrícola está muy acotada. Por el contrario, la minería ha logrado un desarrollo importante; es más, la capital de Limarí, Ovalle, fue fundada en 1831 “en toda la fiebre de descubrimientos mineros” (Chouteau, 1887, ). Derivado de todo ello y algunas circunstancias menores más, la población de Limarí creció hasta 61.000 habitantes en 1865, más que triplicando la población que entonces tenía Mendoza Este.
La brecha en favor de Limarí, generada por el precoz desarrollo minero, se comenzó a cerrar por la precoz conexión ferroviaria de Mendoza Este con Buenos Aires (1884), lo cual permitió a este territorio aprovechar el flujo masivo de inmigrantes. En cambio, Limarí se vinculó con Santiago a través del ferrocarril 30 años después (recién en 1914), cuando la corriente principal del movimiento migratorio ya había pasado. Así, Mendoza Este logró triplicar la población en tres décadas, pasando de 18.000 habitantes, en 1869, a 60.000 antes de fines de siglo XIX.
En medio siglo, la población del territorio se multiplicó por tres. Según el III Censo Nacional de 1914, un tercio de la población de Mendoza Este era extranjera; a ello se sumaban los hijos de inmigrantes nacidos allí, que figuraban como argentinos, pero en realidad eran parte también del mismo proceso migratorio. En cambio, la población de Limarí declinaba de 76.000, en 1885, a 67.000, en 1920. En los años siguientes Limarí logro retomar el crecimiento, a un ritmo muy suave y las líneas no tardaron en cruzarse hasta llegar a la situación actual, con 280.000 habitantes en Mendoza Este y 170.000 en Limarí.
Así, pues, en poco más de una centuria se había producido un cambio significativo: si a mediados del siglo XIX, antes de la migración masiva, Limarí triplicaba a Mendoza Este en población, un siglo después
esta brecha, primero se había reducido después se había revertido. Lo que sí se ha mantenido es la estructura productiva de cada territorio: en Limarí la minería mantiene su lugar relevante, mientras que Mendoza Este ha priorizado su perfil vitivinícola. Esta asimetría se refleja en la disparidad de superficie cultivada de viñedos: 60.000 ha en Mendoza Este (INV, 2023) y 7.000 en Limarí (SAG, 2023. En compensación, este último se ha especializado en uva pisquera, a la que dedica 5.700 ha (SAG, 2023), que representan el 61,2% de la producción nacional.
Vitimigrantes y despegue económico de Mendoza Este
La corriente migratoria que llegó a Mendoza Este fue traumática y, por momentos, caótica. Muchos inmigrantes no podían entenderse entre sí por hablar distintos idiomas. De igual manera, las infraestructuras eran insuficientes: así, por ejemplo, las estaciones del ferrocarril no llegaban a los necesarios puntos de destino y, desde éstas, había que viajar largos tramos en carretas y caballos. El territorio receptor tampoco tenía las necesarias estructuras habitacionales, por lo cual, durante mucho tiempo, debieron vivir en improvisadas tiendas de campaña. A ello se sumó a la tradicional resistencia xenófoba de los grupos locales, y la trágica epidemia de cólera de 1886, que causó cientos de muertos (Céspedes, 1938).
También había grandes asimetrías entre los inmigrantes. Algunos tenían conocimientos de viticultura, pero otros no, predominando los campesinos pobres que habían trabajado como jornaleros y peones en Europa. Muchos se emplearon como obreros para la construcción del ferrocarril y otros modestos oficios. Se produjo, así, un constante proceso de estructuración y desestructuración de las ocupaciones laborales que perduró hasta la consolidación de la vitivinicultura como centro de la actividad socioeconómica del territorio.
Mendoza Este, cuyas tierras habían permanecido casi totalmente incultas hasta la década de 1870, experimentó, a partir de entonces, un rápido crecimiento con eje en la vitivinicultura y, para 1910, Mendoza Este tenía ya 6.569 hectáreas de viñedos, lo que representaba ya el 20,66% del total provincial. Para la elaboración de la uva se levantaron numerosas bodegas, sobre todo pequeñas y medianas, incluyendo 29 en Santa Rosa, 201 en San Martín, 151 en Rivadavia y 132 en Junín. En total, Mendoza Este disponía de 513 bodegas (Marigliano, Castillo y Pérez, 1992). En los quince años siguientes, la superficie del viñedo en el Este se triplicó, hasta llegar a 20.000 hectáreas en 1925.
Las fuentes han permitido detectar información precisa de una muestra parcial de aquel universo, a través de 64 bodegas, equivalentes al 12,5% del total. Se ha generado, así, un corpus documental, que ha permitido trazar un perfil aproximado de las bodegas de este territorio en dicho periodo, principalmente el Álbum Centenario (1910) y El Libro de Oro de la vitivinicultura argentina (1923); así como documentación complementaria.
Tal como muestra la Tabla 1, la corriente principal de los fundadores de la vitivinicultura de Mendoza Este se conformó con inmigrantes europeos: 48 industriales provenían de ese origen, equivalentes al 75%. A su vez, dentro de Europa, la mayoría absoluta provenía de Italia, con 34 pioneros, seguida de Francia (6), Suiza (3), España (3), Croacia (1) y Alemania (1). Fuera de Europa, se registró también la presencia de pioneros provenientes de Chile (3) y Siria (1). Dentro de los nacionales se registraron 11 casos, principalmente de Mendoza (9), más dos del litoral: uno de Entre Ríos y el otro de Santa Fe. Se trata de un antecedente más que notable, porque esta tradición se ha mantenido viva hasta la actualidad.
De la muestra examinada con registros de capacidad se concluye que la inmensa mayoría de estos establecimientos (38) tenían entre 1.000 y 10.000 hectolitros de capacidad. Luego venían trece bodegas con capacidad entre 11 mil y 36 mil hl, dentro de las cuales, solo 3, superaban los 20 mil: una de 24, dos de 30 y una de 36, propiedad de Nicolás Catena y situada en La Libertad (Rivadavia) (VVAA,1927, p. 64). Finalmente, en el tramo superior, solo había una bodega grande que elaboraba 70 mil hl. Las pequeñas, en su conjunto, elaboraban 174 mil hl, casi lo mismo que las medianas (189 mil) y, claramente, más que la única grande (70 mil hl) (Frigerio,1923).
De este modo, se consolidó un mercado signado por la amplia diversidad de participantes, con grandes posibilidades de desarrollo para diversos actores. Este modelo de pymes signó la identidad más integrada y democrática de Mendoza Este donde, en la etapa fundacional de la industria, no tuvieron lugar las grandes empresas monopólicas; si bien, más tarde se desarrollaron algunos casos que se salieron de esta norma. Resulta notable la fuerza que tenía en Mendoza Este la cultura pyme.
Tomando la totalidad de las 50 bodegas registradas, su capacidad total de producción era inferior a cada una de las 3 mayores del Gran Mendoza; es decir, Giol, Tomba y Arizu. Estas apostaron por el modelo de grandes fábricas de vino, con una fuerte concentración del mercado en empresas oligopólicas y sentando, con ello, las bases de un proceso en el que se profundizaría en el siglo siguiente. En cambio, Mendoza Este desarrolló una cultura de múltiples actores independientes, muchos de los cuales desarrollaron sus propias marcas y manejaron negocios de forma autónoma.
Esta es una situación relevante porque muestra que, dentro del ambiente de prosperidad reinante -Argentina se encontraba en su etapa de apogeo en materia económica- en el caso de la vitivinicultura, fuera de algunos casos excepcionales, el desarrollo de estas pymes requirió largos años de trabajo intensivo para alcanzar objetivos significativos.
Otro elemento importante que, hasta ahora, no ha tenido adecuada atención en la historiografía ha sido el período de tiempo transcurrido entre la llegada de los inmigrantes y la creación de sus pequeñas y medianas empresas. Las fuentes entregan información precisa de 13 casos que resultan interesantes como aproximación a este fenómeno. Los que tuvieron un período corto de trabajo, antes de convertirse en propietarios, fueron muy pocos. Solo 5 de ellos demoraron 3 o 4 años de labor en Mendoza Este para armar sus empresas; otros 2 necesitaron 7 años, pero la mayoría requirió de muchos años de trabajo duro que podía extenderse entre los 11 y los 31 años para montar sus empresas.
El modelo de pymes que configuró la estructura productiva del vino en Mendoza Este tuvo su correlato en el plano vitícola. En esta etapa, el territorio no desarrolló los gigantescos paños de viña continuos, propios del monocultivo; al contrario, las pequeñas y medianas bodegas se abastecían de sus pequeños viñedos. El análisis de las 52 propiedades registradas en la muestra con datos de la superficie de la viña revela el predominio de la pequeña propiedad vitivinícola (Tabla 3).

En el tramo de pequeños viñedos (menos de 30 hectáreas) se detectaron 25 viñedos que, en total, cubrían 393,5 hectáreas. En la categoría de viñas medianas (de 30 a 99 ha) se registraron 21 viñedos, con una superficie total de 1.041 hectáreas; finalmente, en la categoría de viñas grandes (a partir de 100 hectáreas), se registraron 6 casos que, en total, reunían 1.130 hectáreas. Entra las mayores se hallaban las del gobernador Rufino Ortega (h) y la del italiano Domingo Colombo, de 300 hectáreas cada una; el italiano Florindo Catapano (180), la señorial familia mendocina González Videla (130) y el inmigrante francés Gustave Pouget (120).
El perfil de los pioneros de la industria vitivinícola en Mendoza Este, con sus pequeños viñedos, dio lugar a un estilo de vida muy particular, signado por la diversidad productiva. Por lo general, estos campesinos pobres, inmigrantes y criollos, que levantaron esta industria, lo hicieron sin disponibilidad de capital inicial; fundamentalmente, con el trabajo personal y familiar. A la vez que crecían e invertían, tenían que sostener a sus familias y, para ello, acostumbraron a cultivar sus propias huertas y criar sus animales, con lo que asegurar los alimentos indispensables para sus hijos. De este modo, se dio continuidad al legado sanmartiniano del cultivo de plantas frutales y cría de animales que generó, tanto una amplia gama de productos locales -aceite de oliva, frutas y hortalizas en conserva- como la elaboración de productos derivados de la cría de animales -quesos, jamones y chacinados-. Estas prácticas, pues, surgieron como resultado de la necesidad de aquellos inmigrantes laboriosos, pero pobres, para el sustento doméstico; pero, paralela mente, en algunos casos, originó también el desarrollo de productos con alcance comercial, dentro de los cuales el más destacado fue el aceite de oliva.
Vitimigrantes en Limarí y transformación del territorio
El flujo migratorio hacia Limarí fue cuantitativamente menor, pero tuvo un fuerte impacto cualitativo. Tal como ocurrió en Mendoza Este, algunos habían sido viticultores en Europa y llegaron con la intención de continuar la práctica de su oficio en el Nuevo Mundo; pero otros provenían de distintas ocupaciones y oficios y se incorporaron al proceso general de transformación de aquel territorio; ya en forma personal, ya a través de sus descendientes. Particular relevancia tuvo la migración procedente de las Islas Baleares, en concreto de la isla de Mallorca.
El punto crítico en Limarí fue la crisis socioeconómica sufrida por la introducción de la filoxera (1891) que, rápida mente, destruyó las 30.000 hectáreas de viñedos que allí se cultivaban y que forzó a muchos vecinos a migrar (Cuerdas y Buades, 2011). Las circunstancias se presentaron particularmente favorables para ir a Chile, debido a la convocatoria del sacerdote Gabriel Artiguez Gomila, quien alentó el traslado de muchos mallorquines a Combarbalá y Limarí (Jiménez, 1984).
El flujo no fue relevante en lo cuantitativo (entre 1881 y 1910 se trasladaron 144 mallorquines a Chile (Cuerdas y Buades, 2011), pero sí tuvo un fuerte impacto cualitativo. La formación de redes migratorias fue uno de los factores destacados de este proceso. Los mallorquines se sentían cómodos y seguros con otros mallorquines; particularmente, si pertenecían a la misma familia. A través de cartas los primeros migrantes invitaban a viajar a los que se habían quedado en la tierra natal y, con frecuencia, las familias viajaban de manera escalonada trasladando, gradualmente, a sus miembros de un lado al otro del atlántico; así, hasta consolidar su presencia en el lugar de destino.
El flujo de migrantes mallorquines se llevó a cabo, de modo rizomático. Es decir, mediante vínculos horizontales que impulsaban a los ya asentados en el lugar de destino a convocar a sus familiares, amigos y vecinos, que permanecían en el sitio de origen, a recorrer el mismo camino para llegar al lugar donde podían tener un futuro mejor. Esta tendencia llevó, a comienzos del siglo XX, a Francisco y Antonio Boua convocar a “hacer las Américas” a su hermana y su marido, el destilador mallorquí Bartolomé Mulet, 67 IDESIA 2025; 43: e07 quienes aceptaron y se instalaron en el Norte de Chico para continuar, así, la tradición destilatoria que se mantiene hasta hoy (Tabla 4).
Tal como muestra la Tabla 4, la extracción laboral de estos inmigrantes era diversa. Algunos mallorquines habían aprendido el arte de la vitivinicultura y la destilación en tu tierra natal, pero no todos, como fue el caso de Hans Claussen, ingeniero metalúrgico. En un primer momento, se insertaron en distintas actividades económicas por el territorio, tanto en el comercio como en la agricultura y la minería. Prestaron servicios en lecherías, queserías y molinos; atendieron clientes en librerías y almacenes. Demostraron, pues, una gran flexibilidad para adaptarse a las circunstancias que presentaba el territorio huésped. Además, el área de asentamiento original fue muy amplia y se extendió a todo Coquimbo e, incluso, hasta Atacama; Claussen se desempeñó en la fundición de la faena minera Labrar (Atacama), mientras que Antonio y Francisco Bou Suñer trabajaron mucho tiempo en Vallenar.
Poco a poco, la gravitancia del Valle de Limarí fue incentivando el asentamiento de los inmigrantes y los atrajo, poco a poco, hacia al mundo del pisco. Valgan como ejemplos el caso de Francisco Bou Suñer, quien se destacó como proveedor de piscos al marcado minero, particularmente en el mineral de Tamaya o el caso de Onofre Juliá quien, hacia 1905, instaló su destilería con cubas de roble en Rapel, junto a la iglesia local, para elaborar vinos y aguardientes con su propia etiqueta (Rojas, 2011 p. 364).
La llegada del ferrocarril a la estación Juntas (1915), situada a 10 km de sus bodegas, facilitó la conexión del emprendimiento vitivinícola de los Juliá con el mercado y alentó nuevas inversiones. En 1920 su chacra contaba con 14 ha de viñedos, principalmente uva Italia (Moscatel de Alejandría) y Uva País (Listán Prieto) destinadas a elaborar vinos y piscos; la producción anual alcanzaba 25.000 litros de aguardiente de 90° (Álbum 1920, p.189). En 1912 Jaime Prohens arrendó tierras en Monte Patria para la producción agrícola y con sus frutos logró adquirir acciones de las haciendas de Mal Paso y Huana (1917) (Iribarren, 2020 p. 45). Poco después, en 1920, Lorenzo Bauzá adquirió la hacienda Varillar, en el valle de Rapel, para elaborar sus propios piscos.
Los vitimigrantes mallorquines lograron insertarse, con éxito, en la vitivinicultura del Norte Chico, a través del pisco, con la puesta en marcha de su propia red de destilerías artesanales independientes. Paraelamente, establecieron relaciones cambiantes con la mayor empresa comercial del pisco, la cooperativa Pisco Control. Esta nació en 1931. En sus primeras décadas, Control era una especie de confederación de empresas de destilación orientada a comercializar, con una marca común, los piscos que cada uno seguía elaborando en su propia destilería.
En una primera etapa, los inmigrantes mallorquines no participaron de la cooperativa Control; al contrario, optaron por perseverar sus identidades y sus marcas para, de esta manera, intentar mantenerse en el mercado con sus propios medios. En la década de 1930 hubo guerras de precios entre los competidores, pero más adelante se produjo un cambio de estrategia y algunas pisqueras artesanales de las familias de inmigrantes mallorquines optaron por asociarse a Control, como los Juliá, de Rapel; los Bauzá, de Varillar; los Mulet, del Valle de San Félix y los Prohens, de Mal Paso. Tal como han registrado los Libros de Actas de la cooperativa Control esta tendencia, iniciada en la década de 1940, se mantuvo vigente, total o parcialmente, hasta los años 70 del pasado siglo. En ese periodo algunos miembros de las familias mallorquines asumieron puestos de responsabilidad, como Francisco Mulet (junta de vigilancia) y Guillermo Prohens (vicepresidente).
Los mallorquines se integraron también con otras ramas de migrantes a Chile, entre ellos los Claussen. El fundador de este clan fue el ingeniero metalúrgico Hans Claussen (1833-1877), quien llegó a Chile en 1855 y se instaló en el Norte Chico para dedicarse a la minería, particularmente en faenas mineras de Ata cama. Posteriormente, sus familiares se establecieron en Limarí, comprando la hacienda Juntas (1891), donde pusieron en marcha nuevos emprendimientos de carácter agrícola, ganadero, vitivinícola y científico (Rojas, 2011). Desde la hacienda Juntas, los Claussen se articularon con los inmigrantes mallorquines instalados en las pisqueras cercanas, como los Juliá de Rapel, los Bauzá de Varillar y los Prohens de Mal Paso, formando un cuadrilátero de innovación en el territorio.
Conclusiones
La caracterización y valoración de los vitimigrantes en Mendoza Este (Argentina) y el Limarí (Chile) aporta una serie de antecedentes que resultan útiles para comprender mejor las capas subyacentes que se encuentran detrás de los paisajes culturales, de ayer y hoy, en ambos territorios. La evidencia indica que no hubo un viaje unidireccional de viticultores europeos que llegaron al Cono Sur para continuar, directamente, con su oficio tradicional; al contrario, el proceso fue mucho más complejo y con múltiples pasos intermedios. Algunos eran, en origen, viticultores, pero no así la mayoría, cuyas especialidades laborales y profesionales evolucionaron a lo largo del tiempo.
Al llegar al Cono Sur trabajaron en diversas actividades, con actitud flexible e intención adaptativa. La especialización en vitivinicultura fue, pues, resultado de un largo camino caracterizado por avances y retrocesos, prueba y error, hasta converger en la vitivinicultura y que se tradujo en el surgimiento de empresas que lograrían proyección nacional e internacional.El legado de los vitimigrantes europeos arraigados en Limarí y Mendoza Este tiene que ver, pues, con una paulatina transformación de sus respectivos paisajes culturales.
Antes de su llegada, la economía de Limarí era, principalmente minera, mientras que las tierras de Mendoza Este permanecían casi totalmente incultas. Los vitimigrantes contribuyeron a inclinar ambos territorios hacia la agroindustria, con sus productos emblemáticos e, indirectamente, generaron un renovado patrimonio a través de la arquitectura, la gastronomía y los productos típicos (vinos y piscos) y que sus sucesores, hoy, están valorizando como puntos de partida con los que diseñar un nuevo modelo socioeconómico basado en la etnogastronomía y el turismo eco-cultural y apoyado por sus comunidades naturales.
El aporte migratorio imprimió, pues, un espíritu innovador en los paisajes culturales de ambos lados de los Andes, con un eje apoyado en el producto emblemático de cada lugar -pisco, en Limarí; vino, en Mendoza Este- lo que, a su vez, impulsó sociedades más abiertas y diversas. Los inmigrantes se integraron satisfactoriamente con la población local y creando una trama agroindustrial, de clases medias, estimulada por la demanda del mercado y conformada por múltiples establecimientos. En Limarí, las destilerías artesanales se articularon en la cooperativa Control Pisquero (1931), lo que afirmó la integración entre los empresarios inmigrantes y los empresarios criollos, a la vez que generó una cultura de asociatividad. Todo un patrimonio intangible que, ahora, reaparece con la creación de clústeres turísticos apegados al territorio.
Fuente: Vitimigrants and eco-cultural wine tourism in Mendoza Este (Argentina) and Limarí (Chile): founding stage – Pablo Lacoste (Universidad de Santiago de Chile) y Juan Blánquez (Universidad Autónoma de Madrid, España)



















