De 2010 a 2020, la cantidad de viñedos en Argentina se redujo de 26.163 a 23.671. Y los que más cambiaron de mano o quedaron abandonados en ese lapso fueron los de menos de 10 hectáreas. En cambio, aumentaron las propiedades en los rangos de 10 a 20 hectáreas y de 25 a 100 hectáreas. Frente a este fenómeno de concentración, y para mantener la saludable diversificación y la necesaria sostenibilidad económica y ambiental, el Observatorio Vitivinícola Argentino (OVA) sugiere la integración de productores, en todas las formas posibles, con una serie de beneficios que a continuación se analizan en este informe del OVA, que reproducimos.
Con la finalización de la vendimia 2021, el Observatorio Vitivinícola Argentino (OVA) analizó la evolución de la superficie cultivada y la cantidad de viñedos, y planteó de qué manera la industria puede lograr sostener a todos los actores en la cadena de valor vitivinícola, que demuestra ser diversa.
La superficie cultivada al año 2020 es de casi 215.000 hectáreas, un 0,17% inferior a la superficie registrada en 2019. En el gráfico siguiente se puede ver la evolución de la superficie desde 2010 a la actualidad, según datos del propio Observatorio:
Como vemos, si bien la evolución no presenta grandes alteraciones año tras año, la tendencia es decreciente en el tiempo, más bien desde 2015 a la actualidad, registrando en 2010, 228.270 hectáreas, es decir, un 6% superior al 2020.
Según el último informe del Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV) sobre superficie 2020, el 59,2% de los viñedos del país son menores a 5 hectáreas y detentan el 14,1% de la superficie cultivada de vid. Mientras que el 7,4% de los viñedos corresponden a vides de más de 25 hectáreas, concentrando el 45% de la superficie cultivada.
Si analizamos la evolución de la cantidad de viñedos en el mismo período, podemos observar que mientras en 2010 se registraron 26.163 viñedos, en 2020 ascendieron a 23.671. Resaltando que de 2019 a 2020 se registró un aumento en la cantidad de viñedos, sumando 29 unidades durante el último año, lo que quebró la tendencia a la baja de los últimos 5 años. Este número, si bien en términos absolutos puede no significar un gran cambio, podría verse como un signo de recuperación de vides en abandono, reinversión o reconversión de tierras.
Cuando cruzamos ambos datos con fines estadísticos, vemos que el promedio por viñedo en el año 2010 ascendió a 8,7 hectáreas; mientras que a 2020 el promedio de superficie por unidad es de 9 hectáreas, es decir que la superficie promedio por hectárea es un tanto mayor, ya que se registran menor superficie y menor cantidad de viñedos en los últimos 10 años.
Según datos del Instituto Nacional de Vitivinicultura, en la última década los viñedos que más han disminuido son los de menos de 10 hectáreas y han aumentado las propiedades en los rangos de 10 a 20 hectáreas y en el de 25 a 100 hectáreas.
A su vez, se estima que la cantidad de productores, según último dato publicado por el Observatorio Vitivinícola Argentino es para 2017, de 17.000 productores.
Con lo cual, teniendo en cuenta la cantidad de viñedos, superficie cultivada y cantidad de productores, la vitivinicultura argentina se posiciona como una actividad diversificada en comparación con otras regiones vitivinícolas del mundo.
El desafío entonces se plantea, dado el contexto y la competencia mundial, en cómo sostener y generar desarrollo intra-cadena vitivinícola, a fin de aportarle sustento y desarrollo a la diversidad de actores.
La integración inteligente y colaborativa debiera ser el camino que discontinúe las tendencias de concentración de áreas vitivinícolas por abandono de la actividad. Inteligente porque deberá aportar la visión superior que permita darle valor al producto, preservando el rol de cada uno en la cadena. Colaborativa porque exigirá confianza en la trazabilidad de manera tal que los beneficios que aumenten valor en producto final encuentren los mecanismos para que alcance a todos los actores, sosteniéndolos a largo plazo.
Una de las líneas de acción que se presenta es la integración de los productores a la cadena vitivinícola, en todas sus formas, para fortalecerlos y acercarlos a un mercado cada vez más competitivo. Como se expuso en la jornada sobre este tema -Modelos de Integración para la Vitivinicultura Argentina, organizada por la Corporación Vitivinícola Argentina (Coviar), esta integración bien lograda tiene beneficios:
- Adecuación de su producción al mercado.
- Economías de escala.
- Acercamiento e integración del productor a fuentes de financiamiento.
- Transferencia de tecnología (I+D+i).
- Generación de un sistema virtuoso y sostenible.
- Mejora en la competitividad de la cadena.
Se agrupan así los procesos tecnológicos, de innovación, modernización y también mano de obra en sistemas asociativos que permiten la integración de estos procesos a todos los eslabones. Y permite también mayor trazabilidad de los productos.
Los esquemas de integración –cooperativas, grupos asociativos de productores y establecimientos, alianzas productivas de fidelización, redes de comercio justo, etc.- hacen que la producción sea sostenible en el tiempo, sostenibilidad que se manifiesta en tres aspectos, (según lo expuesto en la jornada de Coviar):
- Sustentabilidad social, al integrar a los más pequeños al mercado, permitiendo que estas unidades económicas se sostengan y desarrollen.
- Sustentabilidad económica, permitiendo que el mercado siga siendo la suma de muchos y variados jugadores, en este caso productores.
- Sustentabilidad ambiental, logrando planes de acción en conjunto y sosteniendo la ruralidad de la actividad en zonas de mayor producción.
La integración también promueve la diversidad de producción, ya que genera y sostiene:
Esta diversidad de producción permite sostener el consumo, al ofrecer variedad de productos vitivinícolas y ganar nuevos mercados. Así es como puede vislumbrarse una vitivinicultura sostenida en el tiempo, arraigada e integrando a todos sus actores.
Fuentes: Observatorio Vitivinícola Argentino e Instituto Nacional de Vitivinicultura