El autor, bebedor calificado, viajero infatigable, músico solidario e ingeniero experto en temas hidráulicos, «vuelve en vino» (como diría Horacio Guaraní) a su Mendoza natal con una reflexión sobre gustos personales. Aquerenciado en Sherbrooke, Quebec, Canadá desde hace muchos años, defiende el vino como alimento y como compañía. Y pone su mejor botella al alcance de nuestras manos en esta enoteca virtual de Enolife.
No existe prácticamente un enólogo en el mundo al que los aficionados no le hagan recurrentemente la misma pregunta: “¿Cuál es el mejor vino?”. Y su respuesta suele ser: “El que le dé más placer a usted”.
Uno de mis primeros referentes, don Fernando Vidal Buzzi, muy prestigioso periodista especializado en vinos, escribió una vez una metáfora que encuentro realmente apropiada. Si bien no estaba respondiendo exactamente a esa pregunta sino a otra cercana, creo que el ejemplo y la respuesta valen también en este caso. “Suelen preguntarme -decía el maestro- cómo se forma una buena enoteca… Pues de la misma manera que se forma una buena biblioteca”. Y explicaba que así como en una buena biblioteca se encuentran grandes clásicos de la literatura universal, una buena enoteca debe incluir grandes vinos. Pero una biblioteca que realmente se precie habrá de ofrecer también algunos libros de lectura más ligera para ciertos momentos de esparcimiento de menor rigor intelectual.
Del mismo modo, algunas ocasiones piden vinos más ligeros, sin tanta grandiosidad.
De acuerdo, pero creo entonces que al paladar de cada uno debemos agregar otro concepto, uno temporal, es decir que el mejor vino depende del gusto del consumidor y del momento en que se lo beba.
Y me animo a decir que no está completo el “combo” si no se considera también la compañía. Y aún algo más. Voy a permitirme respetuosamente disentir con una grave sentencia que dio una vez una de las glorias de la enología mendocina, don Raúl de la Mota. Dijo el maestro en un reportaje: “El vino pide buena comida y compañía. Beber vino solo, no”. Humildemente opino que beber sólo vino es una buena forma de beber, sin ingerir ningún otro alimento (adhiero a la tendencia de considerar al vino como alimento). Beber sólo vino y también beber vino solo, es decir sin la compañía de otra u otras personas. Considero que son todas formas válidas y muy placenteras de beber vino con la sola condición de que el caldo elegido realmente armonice con el momento, la compañía, la comida o la ausencia de comida y de compañía y el bebedor se predisponga realmente al disfrute. Yo suelo a veces tomar un par de copas sin ingerir ningún bocado, y sin compañía. El vino y yo.
El descorchado ha de ser, en todos los casos, “bueno”. Un “buen vino”, concepto subjetivo y relativo como todo lo que tenga que ver con el gusto personal de cada quién… pero no tanto.
No cabe duda de que existen parámetros de evaluación bien definidos y diferentes niveles de calidad muy bien estudiados en el mundo del vino. Lo mismo que en otras artes (queda implícitamente muy claro que considero al vino un arte), los tantos siglos de tradición y de excelentes obras nos han permitido ir estableciendo criterios que no dejan dudas sobre calidades, alta, mediana y baja con sus innumerables intermedios (en los extremos, “sublime” e “infame”, que los hay). Y son los grandes profesionales, en palabras más llanas “los que saben”, es decir aquellos que opinan con ciencia, con conocimiento y experiencia, los que nos van dando la pauta a los aficionados para apreciar la calidad de los vinos.
Leyendo, escuchando, probando y comparando, se va desarrollando muy confortablemente un criterio de calidad que despeja dudas. Como si habláramos de perfumes, de autos, de caballos o de muchas otras cosas, permanecen en la evaluación el gusto personal y ciertos criterios particulares de cada uno. Pero los amantes del vino con una mínima experiencia sabrán diferenciar sin error un buen vino de un gran vino y uno mediano de uno mediocre. Seguramente, entre vinos de un mismo nivel de calidad, cada uno preferirá el que le sugiera su gusto personal, y es totalmente válido.
Me permito adornar esta breve reflexión con una anécdota personal. Hace muchos años solía transitar a menudo una ruta mendocina. Llamaba mi atención una antigua casona de adobe ornada con un bello sauce que daba la impresión de ser doblemente centenario por el grosor de su tronco y la majestad de su follaje (aunque sabemos que raramente viven más de 60 años). En el frente se leía un cartel que se me antojaba exótico en ese contexto: “Restaurante”.
“Algún día me detendré a almorzar”, solía repetirme, y ese día llegó: dejé de lado mis prisas urbanas y me detuve muy decidido a disfrutar de un momento de paz campestre.
Resultó excelente la experiencia. Me atendió un paisano de unos 50 o 55 años. Muy serio, de muy pocas palabras pero sabiamente cordial, muy mendocinos sus modos se me antojaron. Comida casera (menú fijo, claro), guiso de arroz con salsa de tomates y pimientos rellenos, pan casero y vino tinto “de la casa”. Fue hace muchos años, pero lo recuerdo con toda precisión. Un tinto “común de mesa” pero bien hechito, sin sabores raros, ni acidez excesiva, ni nada que criticar. Un vino modesto, sin defectos, presentable, digno. Muy grueso y vigoroso, lo que mis abuelos habrían llamado un vino “carlón”.
He tenido la fortuna, en tantos años de bebedor, de gustar algunos vinos excelentes, otros no tanto. Pero la verdad es que aquél modesto vinito de mesa es como “tinta roja en el gris del ayer”, un recuerdo neto, fresco y muy vívido en mi historial bebedor. Sólo puedo atribuirlo al hecho de que resultó ser “el vino justo para la ocasión”. El entorno, el momento, la vivencia previa, las horas de ruta, la comida, etcétera.
Fue el complemento exacto, tanto, que estoy seguro de que otro vino de mejor calidad no me habría producido una tal satisfacción.
Entonces, respetando el concepto génesis de esta nota, hay que tener en cuenta la propia experiencia a la hora de elegir qué descorchar, el gusto personal, la comida, la compañía, el entorno, el momento que se está viviendo y muchas otras variables que el propio criterio del bebedor le
sugerirá.
Pero ni por un momento se piense que se trata de una complicada toma de decisión. Por el contrario, quien se acerque al mundo del vino con un poco de sensibilidad, con la mente abierta y con la humildad que se requiere, en muy poco tiempo desarrollará una infalible intuición que le permitirá evaluar todas estas variables y posiblemente algunas más en un simple golpe de vista a las botellas que tenga disponibles.
Me animo a decir que en todos los casos sabrá optar por “el mejor vino”, ese que en ese momento, en esas circunstancias, sea capaz de producirle el máximo placer.
A disfrutar. Salud. Paz y bien.
Escrito en Sherbrooke, Quebec, Canadá, el 8 de junio de 2020 a la 1 de la madrugada.