La mendocina Bárbara Jiménez Herrero (49) heredó la pasión por la tierra y sus aromas de su padre, Fernando. Con esa impronta, se recibió de ingeniera agrónoma y enóloga en la Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo). Comenzó su carrera profesional en Seagram’s Argentina en 1997 como jefa de control de calidad. Esa empresa la catapultó a Canadá, con la responsabilidad de asistir sus 11 plantas de producción en 6 países. Luego de 22 años, y habiendo llegado a la presidencia de la Asociación de Enólogos Canadiense, decidió regresar a su tierra natal para ayudar a su papá con la finca familiar que tienen desde principios del siglo XX en San Martín. Políglota y diplomada en Gestión de Hoteles y Restaurantes, sueña con concretar un proyecto turístico propio en la montaña mendocina. En abril, fue convocada por la Familia David para ser la enóloga del nuevo emprendimiento «Casa David Wines and Horses», un desafío que la motiva por tratarse de un producto innovador.
Entrevista: Lorena Mellone
(lmellone@enolife.com.ar)
Continuando con el ciclo «El Vino las Une», de Enolife con el apoyo del Fondo Vitivinícola Mendoza, entrevistamos a la enóloga Bárbara Jiménez Herrero, mamá de Francisco (16) y quien, a un mes de cumplir sus 50 años y estando en la cima de su carrera en Canadá, decidió «bajar 20 cambios» y volver a Mendoza para encarar nuevos desafíos y dar continuidad a la finca familiar.
– Enolife: ¿Sos nacida y criada entre viñas?
– BJH: Sí, nací en Mendoza y vengo de varias generaciones de viñateros, yo soy de la cuarta generación. Don Rafael Manzanares llegó a Divisadero, San Martín, a principios del siglo XX, desde Bobadilla, España. Allí, cultivó 200 hectáreas de alfalfa y luego plantó sus primeros viñedos, hasta llegar a tener 35 hectáreas de uvas para exportación. En 1924 falleció de fiebre tifus, y su esposa e hijos se hicieron cargo de la finca. La propiedad y el trabajo siguió generación tras generación hasta nosotros, que tenemos la finca en El Divisadero, Tres Porteñas, San Martín, con 328 hectáreas y una bodega con una capacidad de elaboración anual de 2.600.000 litros de vino, que se venden a granel. Ahora no está en funcionamiento, porque la usa para guardar vinos la Cooperativa Tres Porteñas, que es la cooperativa a la que le vendemos la uva que va a Fecovita.
– ¿Quién se ocupa de la finca?
– Mi papá, Fernando Jiménez Herrero Manzanares. Y yo volví con la idea de ayudarlo, porque tengo dos hermanos pero ninguno se dedica a esto: mi hermano Rodrigo trabaja en el petróleo y mi hermana Laura cuida niños de mañana y de tarde.
– ¿Y te entusiasma la misión de darle continuidad al trabajo de tu papá?
– Sí, estudié agronomía y enología para eso, mi objetivo era manejar la finca familiar… Admiro a mi papá y de chica quería ser como él, me encantaba acompañarlo a la finca, yo me divertía construyendo mi propio viñedo, y aprendí a amar los aromas de la naturaleza, mi papá me hacía oler y probar todo, hojas, flores, frutas, verduras, especias… El me regaló de esa manera mi memoria olfativa.
La naturaleza es todo para mí, y tenía muchas ganas de trabajar poniendo las manos en ella. No hay nada rutinario, cada día y cada año es diferente. Nunca llegamos a conocer la naturaleza, eso es lo que la hace fantástica. También me gusta la gente que trabaja la tierra, son sencillos, tienen otra forma de ver las cosas y yo me reconozco en eso.
– Entonces no hace falta ni preguntar por qué estudiaste agronomía y enología…
– No, claro, pero no fue tan fácil, porque yo quería entrar al Liceo Agrícola y Enológico pero me inscribieron en el Comercial Martín Zapata… De todos modos, cuando terminé el secundario me anoté en la Facultad de Ciencias Agrarias de la UNCuyo, se me hizo difícil el examen, porque no estaba preparada en ciencias, química y biología… Pero lo logré, entré.
Por otro lado, mi familia me advertía mucho sobre las contras que iba a tener que enfrentar, me decían que no era un trabajo fácil para una mujer, que las mujeres cobran menos que los hombres… Y yo, la verdad es que no creía en todo eso…
– ¿Y hoy qué pensás con respecto a que el trabajo de viña es más que nada para hombres?
– Cuando entré en este mundo descubrí que mi familia no estaba del todo equivocada, y que las mujeres teníamos un largo camino por recorrer para hacernos nuestro lugar, por eso siempre participé activamente en el desarrollo de la mujer en el mundo del vino.
En el transcurso de mi vida laboral se me presentaron varios obstáculos, me tuve que plantar firme muchas veces para darme mi lugar, por suerte heredé de mi mamá los genes de perseverancia, insistencia y fuerza de carácter que me han ayudado mucho en la vida.
De todos modos, y trabajando mucho, la mujer pudo avanzar, ahora hay más presencia femenina, y que elaboran vinos fabulosos, se nos han abierto las puertas en muchas cosas.
– ¿Cómo fue tu carrera a partir de tu egreso de la UNCuyo?
– Mientras estudiaba trabajé en la misma Universidad, fui parte del equipo de producción de la bodega de la UNCuyo, participé en trabajos de investigación en el departamento de Enología sobre levaduras para la apelación de origen Malbec de Luján de Cuyo. Además, el último año fui auxiliar docente de la cátedra de Enología.
Una vez que me recibí, todo se dio enseguida: el mismo año 1997 entré a trabajar en Seagram’s de Argentina como jefa de control de calidad y a los dos años me ofrecieron administrar la gestión de calidad asistiendo 11 plantas de producción de la empresa que están situadas en 6 países; el trabajo era en Canadá, así que me trasladé, y ahí continuó toda mi carrera.
Fui enóloga de la Sociedad de Alcoholes de Quebec, una corporación gubernamental que comercializa bebidas alcohólicas en todo Quebec, ahí fui responsable de los productos elaborados en Canadá o importados a granel del mercado doméstico, evaluación organoléptica e interpretación de los resultados de análisis químicos de los productos, control de etiquetado y conformidad a las leyes aplicables, control de la consistencia cualitativa de los productos. También tenía que ayudar a los productores de Quebec a mejorar la calidad de los vinos, sidras y otras bebidas alcohólicas y fui miembro activo del comité de degustación y responsable de aceptar nuevos productos.
Después trabajé para la empresa Kruger Vins et Spiritueux como responsable de su bodega de Saint-Hyacinthe de Montréal. Fui consultora para la empresa Oenoquebec y profesora en el Centre de Formation Agricole de Mirabel. En 2011 entré como enóloga a Domaine des Côtes d’Ardoise y 3 años después me dieron el cargo de directora general. El último trabajo que tuve allá fue como enóloga en Arterra Wines Canadá, ahí aprendí a vinificar con concentrados que se mezclaban con vinos importados a granel, que previamente yo tenía la responsabilidad de probar; se compraban 1.500 contenedores de vino a granel al año, de varias partes del mundo.
Mientras tanto, en todos esos años hice alrededor de 30 cursos y diplomaturas, la mayoría en temas agrícolas y enológicos, pero también me interesaba la parte de gestión empresaria, así que hice un diplomado en finanzas y contabilidad para administradores de empresas y otro en gestión de hoteles y restaurantes, ese fue el ultimo que hice, y estaba destinado a la próxima etapa de mi carrera, que está por venir.
– ¡Y además fuiste presidenta de la Asociación Canadiense de Enólogos durante 10 años! ¿Cómo llegaste a eso?
– Sí, cuando trabajaba para el gobierno en la Sociedad de Alcohol de Quebec me pude acercar a la Asociación, y lo hice porque había que defender la profesión; allá cualquiera era enólogo, el que trabajaba la finca, el operario en bodega, todos se decían enólogos. Mi finalidad era dar a conocer nuestra profesión, promoverla y, sobre todo, luchar contra la usurpación de nuestro título que, lamentablemente, aún no es reconocido en Canadá.
Pedí tener participación, pero en principio era como una pared, me decían que mandara la solicitud y que esperara un año, pero me planté y les hice ver que no hacían lo mismo con el resto de los enólogos varones y menos con los de Francia. Mandé mi curriculum y logré entrar, y al año cuando se elegía el nuevo directorio hablé con el presidente de ese momento y le dije que, si no le molestaba, yo quería postularme, y me dijo que sí. Gané la elección y durante 10 años presidí la Asociación.
– Durante mi gestión armamos cursos de perfeccionamiento, cada profesional que venía de afuera daba una capacitación; una de las temáticas mas recurrentes y que se supo instalar fue la de elaboración de vinos orgánicos. Por otro lado, el gran problema que tienen en Canadá es que aún no existe una institución que emita el título de Enólogo, todos los profesionales son de afuera, así que empecé a trabajar junto con la Universidad de Brock en St. Catharines, Ontario, en particular a través de su Instituto de Enología y Viticultura de Clima Frío, que ha realizado importantes inversiones en educación y en I+D. La idea era conseguir la autorización de la Unión Internacional de Enólogos, de la cual fui integrante, para que el título tenga validez a nivel mundial, pero no se logró, es decir, obtienen un título de Enólogo que sólo les sirve en Canadá, de todos modos el camino está abierto, no es un no definitivo.
Cuando me volví a Argentina publicaron en sus redes un mensaje para mí que fue muy emotivo:
– ¡También fuiste miembro de la Unión Internacional de Enólogos!
– Sí, fui miembro del Consejo de Administración de la Unión Internacional de Enólogos entre 2008 y 2018, representando a Canadá a nivel internacional.
Eso me abrió muchas puertas, organicé la Asamblea General Extraordinaria de la Unión Internacional de Enólogos en Quebec. Fui jueza, en dos ocasiones, de la Organización Internacional de la Vid y el Vino (OIV) para los premios de libros relacionados con la viticultura y la enología.
También tuve la posibilidad de ser miembro del jurado en los concursos Vinalies, Vinitaly, Tempranillos al Mundo, Les Citadelles du Vin de Bordeaux (donde además fui conferencista en una ocasión), Les Grands Vins du Québec, Mondial des Pinots, Mundus Vini y presidente de jurado en los concursos Sélections Mondiales durante 9 años. Todas hermosas experiencias.
– ¿Cómo es hacer vinos en Quebec?
– ¡Ufff, un gran desafío!. En la zona del Valle de Okanagan en la Columbia Británica, también conocido como el Valle Napa del Norte, el clima es parecido a Mendoza y salen buenos vinos. Pero en la península de Niágara, en Quebec, el clima no ayuda y los vinos tintos son malísimos… Tuve que aprender a trabajar con variedades de uvas híbridas, que no tienen taninos, en particular cómo llevar la planta a su máximo potencial para poder vinificar la fruta correctamente.
En invierno las vides se entierran. Vides congeladas en Quebec.
El frío es muy intenso en el invierno, con temperaturas que pueden llegar a -40°C. Para proteger los viñedos hay que enterrar las vides, se acuestan y se entierran haciendo montañitas en cada hilera, o bien taparlas con una manta de lana. Es mucho trabajo porque después hay que desenterrarla y la poda se hace en primavera.
El tema es que las vides más resistentes son las híbridas, pero es muy difícil hacer vino con estas uvas, porque salen con mucha acidez… Mientras la acidez total acá en Mendoza está en 3 a 4g/l expresado en sulfúrico, en Québec era de 15 a 20g/l, así que hay que desacidificarlos. Cuando comencé en 2011, aún quedaba mucho por hacer para mejorar el vino en Quebec.
Sí reconozco que los blancos, rosados y las sidras salen muy buenos, pero los tintos no… ¡Cuando probé por primera vez un tinto quise escupirlo! Pero con el tiempo fuimos buscando la forma de que por lo menos salieran dignos.
– ¿Y a qué se debe tu regreso?
– En setiembre de 2017, en plena cosecha, estaba dirigiendo un viñedo y, en pleno trabajo como enóloga, se me durmió el brazo izquierdo, me preocupé, agarré la camioneta y me fui manejando al hospital, previo arreglar la cosecha con los empleados… Me di cuenta que estaba sufriendo un ACV. Llegué al hospital con el lado izquierdo de la cara completamente muerto, estuve internada 7 días y me dijeron que era por estrés, que no había ninguna causa física.
Fue un punto de inflexión, tenía 45 años, y a partir de ahí bajé 20 cambios, comencé a pensar en mi vida, me cuestioné todo, mi matrimonio, qué era realmente lo quería hacer y a dónde quería estar. Cambié de trabajo y con el tiempo me divorcié y finalmente decidí volver a Argentina, a mis raíces. Mi hijo se quedó allá, y eso fue muy difícil, y cada día lo que quiero es lo mejor para él
, que sea feliz, pero él no quiere venir, además allá tiene todos sus amigos, y el estandar de vida en Canadá es maravilloso.
En su rol de mamá, con su hijo Francisco.
Además, él mismo me dijo «Mami anda tranquila, no postergues, porque yo en un año me voy a ir a estudiar afuera«… Así que se quedó con su papá, que es un muy buen papá.
A él no le gusta Argentina, allá las costumbres son muy distintas, no existe que tu casa se llene de amigos, compartir. Yo tengo lindas amistades en Canadá pero el calor de los argentinos es muy distinto, allá no existe. Cuando mi hijo vino a Argentina, eso fue una de las cosas que menos le gustó.
Para que te des una idea, cuando estuve internada jamás fue nadie a verme, sólo unos chicos que trabajaban conmigo, que eran mexicanos. Mi ex marido fue con mi hijo sólo una vez de 7 días que estuve en el hospital. Pero es porque allá piensan que si van a tu casa o a visitarte cuando estás enferma te molestan, es la idiosincrasia.
– ¿Ahora qué se viene?
– Como primera medida, ayudar a mi papá, que tiene 76 años, está entero y ama lo que hace. Pero en lo que pueda y me pida voy a estar disponible para la finca familiar.
Por otro lado, tengo proyectado hacer un bed and breakfast en la montaña, la diplomatura de turismo me encantó y quiero volcar todos mis conocimientos ahí.
– ¡Además de todo, sos la flamante enóloga del emprendimiento Casa David Wine and Horses!
– Sí, la familia David me convocó y estoy muy entusiasmada y agradecida por esta oportunidad, es un gran desafío, es un emprendimiento muy innovador, motivante. Ahí puedo unir muchas cosas, la agronomía, la enología, el turismo.
Entrada a la pista de salto de Casa David. En Casa David con el volcán Tupungato detrás.
Va a haber que plantar, hacer una bodeguita, y otros proyectos, se va a desarrollar mucho el turismo. Además del diplomado que hice, hablo cinco idiomas (español, francés, inglés, italiano y portugués), así que tengo una buena base para encarar este desafío, y lo que no sepa en profundidad lo aprenderé, tengo mucha capacidad para eso.
El lema de la familia David es que «las cosas se hacen bien, y si se hicieron mal, se hacen de nuevo», y yo lo adopté, aunque a mí me gusta hacer las cosas bien de una vez, no estar repitiendo y arreglando macanas, por eso busco informarme antes, decir esto no lo conozco, aprenderlo y poder aplicarlo. En cuanto a lo personal, me siento muy bien, muy cómoda, respetada, escuchada, siento confianza.
El lugar es hermoso, la vista a la montaña, el haras, los caballos, las pistas de salto, el espacio para restaurante, tienen un mirador que da al estanque, viñedos, incluso han hecho algunos paños especiales para que los visitantes saquen las uvas que quieran, que cosechen, que se las lleven a su casa. Es un proyecto maravilloso.
– ¿Cuál fue la actividad que más satisfacciones te dio?
¡Degustar y hacer cortes es para mí magnífico!
– ¿Qué tipo de vinos te gustan?
– Blancos, sin madera, elegantes, frescos con mucha fruta y con flores, especialmente el sauvignon blanc y el chenin. Los rosados y tintos me gustan con poca madera o sin ella, sí con fruta o especiados, que tengan mucho cuerpo, equilibrados y con buena acidez, las variedades que me gustan son el syrah, el bonarda y el malbec. Los tintos de la Vallée du Rhône me encantan.
– ¿Tenés algún referente de la industria al que admirés?
– Uh, varios, pero puedo mencionarte a Cristian Moor y su proyecto con Teresita Barrio. Es un enólogo fantástico, tanto en los vinos de Corazón del Sol como los propios Moor-Barrio. Es prolijo, honesto, inteligente y profesional. Y también Silvia Corti, que es una excelente enóloga, muy luchadora, admirable en lo profesional y en lo personal.
Otra persona que fue un puntal durante mi etapa de facultad es Mónica Bauzá, que daba la materia Industrias. Hugo Galiotti, de la cátedra de Enología también tuvo influencia en mí.
Y no puedo dejar de lado la persona que más admiro: ¡Cristina Pandolfi! Con ella trabajamos juntas en los concursos patrocinados por la OIV y la Unión Internacional de Enólogos, y generamos una gran amistad y yo la quiero como a una mamá.
– Si tuvieras que ponerle una frase a tu carrera, ¿cuál sería?
– Mi carrera es esfuerzo, pasión, trabajo, interesante, exitosa.
¿Cómo te definirías?
– Honesta, sencilla, afectuosa, respetuosa, trabajadora, enamorada de mi profesión, no conozco otra manera de trabajar que darlo todo. Que todos mis sentidos conectan profundamente con el vino y la naturaleza. Soy también emprendedora y me gustan los desafíos, por eso estoy tan agradecida de que la familia David confíe en mi para el proyecto de David Haras and Wines.