El líder del proyecto de recuperación de la antigua bodega de los pioneros Gargantini en Rivadavia, construida en 1909 y abandonada a principios de la década de 1980, realizó para Enolife una visita guiada por la monumental obra de salvataje arquitectónico que encara junto a su familia. Emmanuel Carbonero (36) cuenta en esta nota cómo su abuelo Mario Carbonero (95), con la mirada puesta en el futuro, lo impulsó en 2017 a comprar la bodega que supo tener el paño de viña más grande del mundo, en lugar de invertir en tanques de acero inoxidable para la propia bodega familiar. Ese día nació la idea que hoy es un megaproyecto de rescate patrimonial, donde funcionará Carbonero Wines, con una capacidad de 23.000.000 de litros de vino y amplias instalaciones para enoturismo.
La historia comenzó a fines del siglo XIX, cuando un inmigrante suizo llegó a Mendoza junto a otros miles de europeos que se embarcaban en busca de nuevos horizontes y mejor vida en Argentina. Aquí arrancó trabajando de albañil, luego puso un puesto de fiambres en el Mercado Central de la Capital provincial y terminó comprando viñas y una bodega y creando un verdadero imperio vitivinícola. Se llamaba Bautista Gerónimo Gargantini, quien tras hacer una fortuna regresó a su tierra con su familia para construir su propio palacio. Pero en Argentina le quedaron las tierras de la finca «La Florida», en Rivadavia, Mendoza, a donde su hijo Bautista regresó para aumentar la apuesta de su padre, hasta llegar a tener el paño de viña más grande del mundo en su momento. A principios de la década de 1980, al inicio de la reconversión vitivinícola y en medio de la crisis del grupo económico Greco, ese imperio se desmoronó y aquella empresa floreciente quedó en ruinas y cenizas.
Por Lorena Mellone – Enolife
Para conocer el plan de transformación de lo que fue el antiguo imperio Gargantini, entrevistamos a Emmanuel Carbonero, licenciado en Comercio Internacional y responsable del sector vitivinícola del Grupo Familia Carbonero, empresa familiar que abarca la ganadería, agricultura, fruticultura y vitivinicultura.
«Nosotros nos dedicamos a la agricultura en la provincia de Córdoba, donde cultivamos en forma rotativa, maní, soja, maíz, girasol y trigo. En nuestra división ganadera producimos, criamos y exportamos carne de Wagyu, una raza muy especial, es la carne más cara del mundo, muy sofisticada. En Mendoza cultivamos y producimos ciruelas y tenemos la Bodega Don Cayetano en el centro de Rivadavia, construida por nuestro abuelo materno Cayetano Impellizzieri en la década de 1930 y que exporta vino a granel, y ahora sumamos el proyecto Carbonero Wines, de recuperar la ex Bodega Gargantini para elaborar vinos fraccionados con los más altos estándares de calidad», detalla Carbonero.
Hicimos junto a él una visita guiada por la bodega en recuperación, durante la cual nos contó su proyecto. Para que se comprenda bien la dimensión valor de esta empresa, mecharemos sus palabras con las de Roberto Carlos Gargantini, nieto de Bautista Gargantini, quien cuenta la historia del establecimiento en un artículo publicado en la Revista Iberoamericana de Viticultura, Agroindustria y Ruralidad, de la Universidad de Santiago de Chile.
La historia de la familia Gargantini y su tradición en las tareas rurales nace en el cantón suizo de Ticino, en Colina de Oro. Allí, en 1832, nació Pietro Gargantini, padre de 4 hijos: Giovanina, Luis, Francisco y Bautista Gerónimo. Éste último, nacido en Lugano en 1861, emigró a sus 22 años hacia la Argentina, llegando a Mendoza cuando todavía no se producían los grandes adelantos de la década de 1880. Vivió durante un tiempo de su oficio de albañil, y luego de reunir un pequeño capital se instaló en el Mercado Central de la Capital de Mendoza con un puesto de fiambres. Se insertó en la comunidad italiana, donde conoció a Pascual Toso y Juan Giol, inmigrantes con quienes tenía en común la experiencia en las tareas vitivinícolas. Toso fue su primer socio, con quien a partir de 1890 construyó una pequeña bodega en Guaymallén. También en ese círculo Gargantini y Giol conocieron a dos hermanas: Margarita y Oliva Bondino. Giol se casó con la primera y su amigo formó hogar con Oliva.
«Yo llego acá por nuestra familia. Tenemos cien años de historia; mi abuelo materno, que hoy tendría 115 años (tuvo a mi mamá de muy grande), era íntimo amigo de Don Bautista Gargantini (el hijo de Bautista Gerónimo y Oliva Bondino) y socio en algunas cosas, y mi abuelo paterno, Mario Carbonero, que tiene 94 años, trabajaba para Gargantini con un camión llevando vino de acá a Santa Fe y a Buenos Aires, con el que hizo un 1.500.000 kilómetros de recorrido, y tuvo una relación muy importante con los Gargantini.»
«Necesitábamos un galpón para armar los secaderos y la parte industrial de la ciruela y me muestran uno que estaba en el complejo de la bodega, fue lo último que se construyó, pero nunca se utilizó. Cuando lo voy a ver, le pedí a mi abuelo Mario -que en ese momento tenía 91 años- que me acompañara… Fue muy loco eso, porque el comisionista que nos mostró el galpón nos insistía en que también viéramos la bodega. Yo estaba apurado pero él insistió y la recorrimos, y mi abuelo me dijo que hiciera una oferta, y yo le decía que ni loco… Justo en ese momento -año 2017- estábamos armando un proyecto para la ampliación de la bodega Don Cayetano y estaba por hacer una fuerte inversión en tanques de acero inoxidable, así que después de estudiar la oferta, de hacer revisar las instalaciones por ingenieros civiles y especialistas en restauración de bodegas, tomamos la decisión de comprarla. Yo creo que si mi abuelo no estaba ese día conmigo hoy no estaríamos acá… Mientras veíamos la bodega él me contaba la historia, en primera persona, reviviendo su momento de gloria.»
En 1896 Bautista Gerónimo Gargantini y Juan Giol crearon una sociedad que se transformaría con el tiempo en un mito de la vitivinicultura mendocina, La Colina de Oro, que comenzó a elaborar vino que se vendía en bordalesas con la marca Toro, registrada en 1899. Para 1911 llegaron a elaborar 420.000 hectolitros, cantidad que los coronó en los primeros lugares a nivel mundial. La empresa creció vertiginosamente y sus dueños adquirieron gran relieve social y económico. Giol y Gargantini tuvieron su primera bodega en la ciudad de Mendoza, un pequeño establecimiento donde elaboraban vino que vendían a los empleados del ferrocarril. Luego, compraron sus primeras 48 hectáreas en Maipú, donde construyeron una gran bodega que en un año batió récord con 260 hectáreas de viña plantadas en un solo paño.
En 1909 la sociedad compró una propiedad en Rivadavia llamada La Florida, que incluía una bodega y 450 hectáreas de viñedos en plena producción, 150 ha en plantación, 750 ha de potrero y 1.500 ha de campo inculto. Al año siguiente se incorporó una propiedad en Russell, Maipú, una bodega que antes alquilaban y que les costó $1.000.000. Pero a pesar de su gran crecimiento de producción no daban abasto con los pedidos.
En 1911 Bautista Gerónimo Gargantini decidió volver a su tierra natal. Tenía 50 años y de su unión con Oliva Bondino nacieron 8 hijos: Rosa, Julia, Bautista, Juana, Elisa, Pedro, Nora y Myriam. La decisión de regresar a Suiza no conformó al joven Bautista y pidió a su padre que conservara una propiedad para él, La Florida. Comenzaba a escribirse un nuevo capítulo de la epopeya familiar en Mendoza.
De regreso a su tierra natal, en Lugano, Suiza, Bautista Gerónimo Gargantini compró unos extensos terrenos y construyó cinco palacios de singular valor arquitectónico. Murió en su tierra en 1937.
La Florida, el sueño de Bautista
A su regreso a Mendoza, el hijo mayor del gran bodeguero, Bautista, llevó a cabo una nueva aventura económica e incursionó protagónicamente en la política mendocina. Formó su hogar en 1912 con Margarita Brignone, con quien tuvo dos hijos, Alberto y Carlos, nacidos en 1914 y 1918 respectivamente.
Para 1945 la propiedad de Gargantini en Rivadavia tenía una superficie de 3.500 hectáreas. Dentro de ella se encontraba el paño viñatero más grande del mundo, 1.350 hectáreas compactas, también se cultivaban 120.000 olivos, y el capital de la firma ascendía a $10.000.000. El establecimiento industrial se destacaba por sus grandes proporciones, un palacio amplio, de tres pisos enterrados bajo el nivel del suelo, dotado de ascensores, de frigoríficos, de montantes y más. A fines de 1946 lanzaron la champañera donde se creó la marca Garré, que significaba “Gargantini Reserva”.
«La marca Gargantini pudimos obtenerla para aceite, carne y fruta, no para el vino, y también adquirimos la marca Garré de espumantes».
Aparte de la finca inicial La Florida, ubicada en Rivadavia, fue comprando las tierras vecinas, que fueron La Elvira, Campamentos, La Esperanza y La Libertad, llegando a 1.500 hectáreas de viñedos, 500 hectáreas de olivos y 500 hectáreas de cultivos hortícolas y alfalfares para los 600 mulares de trabajo.
Construyó y mantuvo un templo, escuelas y una maternidad con más de veinte camas, denominada Oliva Bondino de Gargantini, en honor a su madre, con asistencia gratuita para las esposas de los hombres que trabajan en los viñedos, bodegas, olivares, etcétera. Subvencionó barrios para los obreros de sus empresas y centros de actividades deportivas. Había un juzgado de paz, policía, una herrería y talleres mecánicos; un tambo para producir leche para el consumo del personal, una cabaña de cerdos de pedigree, también para consumo local, y un aeroclub donde operaban aviones privados pequeños. En esta empresa trabajaban 2.200 empleados en tiempos de cosecha, incluyendo al personal de las plantas de fraccionamiento de vinos que había en Buenos Aires, Rosario y Santa Fe.
«Ese gran mundo se derrumbó por completo, esto era una zona de posguerra cuando la adquirimos, en los planos figuraban cubas y toneles para 12 millones de litros, una sala de barricas, zonas techadas que ya no tienen techos, se robaron todo, se robaron todo, simularon un incendio, y cuando el síndico hizo la verificación vio la montaña de cenizas, pero resulta que quemaban cualquier cosa en el campo y las traían en camiones a esas cenizas para tirarlas aquí, se llevaron los pisos de pinotea, herramientas, barricas, techos, todo!»
La empresa tenía una capacidad de almacenaje de vinos comunes y finos de 50.000.000 litros. Todas las propiedades contaban con redes de pequeñas vías por donde circulaban unos trencitos de volquetes tirados por mulas, similares a los que se usan en minería, para el traslado de la uva cosechada hasta la bodega. Poseía una usina hidroeléctrica, la cual generaba electricidad a partir del agua de riego que circulaba por el canal matriz que entregaba el agua de regadío. Paralelamente, todas las propiedades tenían varios pozos, de donde se extraía agua del subsuelo para regar los plantíos en caso que faltara agua del turno de riego.
«Donde está la sala de máquinas tenían un desarrollo de energía muy interesante, en todos sus viñedos de Sur a Norte tenían molinos eólicos en las hijuelas de riego, adentro de la sala habían acumuladores y unos motores gigantes alemanes, completaba todo una central hidroeléctrica a 1 km de la bodega que generaba electricidad no solamente para esto, sino que para regar cuando se quedaba sin electricidad, y para el uso de toda la periferia del departamento, tenía todo interconectado».
Además había, en la ciudad de Rivadavia, una bodega-estación terminal ferroviaria, donde aparcaban veinte vagones ferroviarios, de 40.000 litros cada uno, que poseía la empresa para trasladar los vinos a granel hacia las plantas de fraccionamiento antes mencionadas; una fábrica de aceite de oliva, con sus correspondientes vasijas de almacenamiento; una planta de clasificación de aceitunas comestibles; una planta de elaboración de distintos derivados de tomate, ubicada en Villa Regina (Alto Valle de Río Negro).
«Es difícil cuando ves las ruinas que quedaron pensar cómo habrá sido en su esplendor, hace pocas semanas nos encontramos con una verdadera ciudad de pozos sépticos y cámaras, nunca conseguimos los planos de arquitectura de esta bodega, tenemos un plano del INV que no tiene medidas, hubo que hacer muchos relevamientos y seguimos encontrando cosas».
En las instalaciones de La Florida se elaboraban también aguardientes, destilados a partir de orujos y borras que se comercializaban con el nombre de “grapa” con la marca Gargantini, la misma que utilizaron para lo que era el centro de su actividad, los vinos comunes en damajuanas y botellas de un litro. En forma paralela desarrollaron otros productos complementarios, sobre todo vinos de mayor calidad, en botellas de ¾ litro de marca Eminencia e Inefable. También se utilizaron marcas como Colina de Oro, Florida, Russel y Trasandino.
Don Bautista resolvió terminar su tarea y a fines de la década de 1940 cedió la responsabilidad a sus dos hijos que, en los últimos años, lo habían secundado en la dirección. El ciclo de euforia de la vitivinicultura argentina comenzó a declinar a fines de la década de 1970. El consumo comenzó a descender, año tras año; el mercado se contrajo, los precios iniciaron la caída. En 1982 los números de Bodegas y Viñedos Gargantini estaban cada vez más comprometidos. La rentabilidad del negocio de vinos comunes había caído verticalmente y la empresa fue vendida.
El proyecto Carbonero Wines
Durante la recorrida con Enolife, Emanuel Carbonero fue detallando su masterplan, que está diseñado por etapas para terminarlo en 10 años. Las instalaciones de Gargantini, que se convertirán en Carbonero Wines, están proyectadas como una bodega para vinos de calidad, para la guarda de vinos a granel, fraccionamiento, estiba de botellas, sala de barricas y también el área de turismo con un gran salón de eventos.
«Desde que empezamos la obra hemos terminado una bodega para 3 millones de litros, que ya está habilitada por el INV y estamos trabajando en la certificación de normas BPM, HACCP, vegana y orgánica, a fin de año vamos a tener todas esas certificaciones. Son 31 piletas que van desde los 20.000 a 160.000 litros, todo hecho a nuevo con materiales de alta calidad. Colocamos las puertas, tapas, válvulas, sacamuestras, todo en acero inoxidable, se arenó toda la bodega, realizamos tareas de reparación de desagües, techos, canaletas, instalación eléctrica, sanitarios, revoques y enlucidos. Las piletas están todas revestidas en su interior con epoxi y también construimos los portones de cierre, escaleras metálicas, aberturas y barandas. Y hemos firmado un contrato de alquiler de capacidad y de servicio con Bodega Norton por 7 años. Eso nos llena de alegría y nos permite proyectar inversiones.»
Según nos explicó, para la próxima vendimia, además, van tener habilitados 3 pasillos de piletasde vino contiguos a los ya terminados y otros 3 del sótano, logrando así una capacidad de 2 millones de litros más. Y en 3 años la ampliación permitirá llegar a los 10 millones de litros.
«En total la bodega tiene una capacidad de 23.000.000 de litros, y uno de los objetivos que nos hemos planteado es sumar capacidad todos los años, para llegar a 5 millones para 2024; 7,5 millones para 2025 y 10 millones para 2026».
Donde estaba la sala de máquinas y los talleres va a ir en un futuro el centro de visitantes, y la sección de fraccionamiento, que la están planificando a 10 años y tiene 2 etapas. La primera es a 3 años y será más artesanal, para estiba del vino ícono de Carbonero Wines que será lanzado en 2024; para eso se está transformando lo que fuera el sótano que se usaba como depósito de artículos de ferretería, donde también estará la sala de barricas.
«Después de la estiba va a una salita donde estarán las etiquetadoras manuales, una capsuladora semiautomática, las maquinitas para cera, porque nosotros trabajamos la línea reserva e ícono con cera, acá va a ser el lugar para el vestido artesanal de las botellas».
También existe en el plan maestro un proyecto arquitectónico para el área de turismo, con un gran salón de eventos y la construcción de departamentos.
Finalmente, el destino que llevó a la familia Carbonero a comprar la Bodega Gargantini -el galpón pensado para secadero de las ciruelas y que fue la última construcción que hicieron en el año 86- se convirtió en el depósito principal, donde hay una cosechadora manual, máquinas, elementos de mantenimiento, etc.
Fuente: https://www.redalyc.org/journal/4695/469554331011/html/