Las 300 botellas del malbec Wapisa, de Bodega Patagonia Atlántica (Grupo Tapiz), saldrán a la superficie luego de permanecer 7 meses a 15 metros de profundidad en la costa rionegrina. Será durante la Fiesta del Golfo en la localidad balnearia de Las Grutas.
La idea de las cavas submarinas data de mediados del siglo XX, cuando con grúas montadas en barcos «cazatesoros» empezaron a reflotar buques antiguos hundidos con vinos perfectamente conservados en sus bodegas. Y las primeras experiencias con esta modalidad se hicieron en Zapallar, Chile, en 2007. Luego, la novedad se trasladó a Croacia y España. También hay vinos añejados bajo el agua en el dique Los Reyunos, de San Rafael, Mendoza.
Por Pedro Straniero (pstraniero@enolife.com.ar)
Según los enólogos que saben, el agua salada del mar acelera tres veces el tiempo de añejamiento de los vinos embotellados, con respecto al tiempo requerido en una cava común de una bodega. Además, aseguran, la baja temperatura del mar, la presión y la singular luminosidad entre 6 y 15 metros de profundidad hacen que el vino adquiera aromas más intensos y sabores más delicados.
Al parecer, los pioneros en el mundo en realizar esta práctica de «bodega submarina» han sido nuestros vecinos chilenos de Viña Casanueva, que en 2007 sumergieron una cantidad no revelada de botellas a 20 metros de profundidad en el Golfo de Zapallar, la bonita villa balnearia a unos 100 km al norte de Viña del Mar.
Luego, según pudimos averiguar revisando la poca información disponible en internet y bibliografías, esta modalidad se trasladó al Viejo Mundo, donde tiene su máxima expresión en la península de Pelješac (Dubrovnik, Croacia). Allí, el vino se añeja en ánforas de terracota similares a las halladas en las bodegas de barcos naufragados hace 500 años y más. Pero en ese balneario del país balcánico le sacan el jugo al tema vendiendo muy bien el enoturismo submarino: el visitante se calza un traje de buzo, se sumerge, pesca su propia botella de cabernet Navis Mysterium, paga unos 750 euros (400 por la ánfora y 350 por el paseo) y se lo lleva a su casa para tomar en una ocasión que será inolvidable.
En nuestro país, la primera experiencia seria de bodega submarina se ha realizado en Las Grutas, en el rionegrino Golfo de San Matías. Allí se sumergieron 300 botellas del malbec Wapisa, de la Bodega Patagonia Atlántica, una empresa del grupo Tapiz, que tiene su sede en Mendoza y está comandada por Patricia Ortiz, también presidenta de Bodegas de Argentina.
El vino proviene de 60 hectáreas de viñedos implantados en San Javier, Río Negro, sobre la meseta patagónica, en una antigua terraza fluvial de clima templado semiárido. Allí, según describe el enólogo de Patagonia Atlántica, la gran amplitud térmica y las características del terreno configuran el escenario ideal para la producción de estos vinos singulares.
Un camino de la viña al mar
Desde Bodega Tapiz, la empresa madre de Patagonia Atlántica, relatan: «Como parte de nuestras tareas de investigación hemos estado trabajando para analizar el comportamiento y añejamiento que tendrían los vinos en el caso de que su guarda se realizase bajo la superficie del mar y a distintas profundidades. Para ello tuvimos en cuenta, medimos e identificamos los impactos ambientales emergentes de la instalación de una bodega submarina».
Las botellas del malbec Wapisa fueron estibadas en canastas construidas con mallas de acero inoxidable y preparadas para evitar cualquier impacto ambiental. Los corchos están sellados y lacrados y las etiquetas directamente se grabaron en el vidrio para evitar utilizar papel.
Un cava submarina preparada para evitar impacto ambiental.
La gente de Tapiz prosigue explicando: «La profundidad del sitio en el cual se emplazan las cavas varía entre los 6 y 15 metros de profundidad, con marea baja y alta respectivamente. El fondeo de la cava contribuye además al desarrollo del parque submarino Las Grutas, a través de la provisión de un nuevo atractivo turístico para las actividades de buceo».
«Estas botellas llevan al mundo -manifiestan orgullosos desde Tapiz- el mensaje de un lugar muy especial como es Las Grutas, convirtiendo a este sitio en el primer destino de turismo vitivinícola con estas características. Hoy podemos decir que Río Negro es la región vitivinícola argentina donde el camino se inicia en el viñedo y termina en el mar».
Añejamiento acelerado
Fabián Valenzuela, enólogo principal de Bodegas Tapiz -con sede en Maipú, Mendoza- también se ocupa de la producción de las dos bodegas de la empresa en Viedma. Cuenta el winemaker que los vinos que se degustarán tras la inmersión que los rescatará fueron creados con el producto de la quinta cosecha en los viñedos de San Javier.
“Los vinos son cosecha 2018 -detalla Valenzuela-; por eso, si esos vinos hubieran estado en una bodega en tierra, recién a fines de este año o en 2021 estarían listos para beber. Pero en el fondo del mar el añejamiento se acelera. Dicen que tres años de estacionamiento en tierra equivalen a uno en el océano. Por eso, tendremos el placer de descorcharlos tras siete meses de espera en nuestra bodega submarina”.
“La presión, la luminosidad que existe en el lecho marino, el movimiento permanente… todo eso hace que los vinos muestren su mayor potencial. Que sus aromas sean más intensos, y su sabor más delicado”, se entusiasma el profesional.
Las botellas del malbec Wapisa (palabra que significa «ballena» en la antigua lengua yagán, la que hablaban los aborígenes de Tierra del Fuego) llegaron al fondo del mar gracias a una alianza estratégica entre la bodega y la empresa de buceo Cota Cero. En conjunto, ambas partes diseñaron la forma de llevarlas.
“Para transportarlas y que quedaran estacionadas en el fondo se construyeron unos canastos de acero inoxidable. Además, los envases de estos vinos fueron especialmente diseñados. No tienen etiqueta de papel, están pirograbadas (grabadas en el vidrio) y sus corchos, naturales y de alcornoque, están lacrados y sellados con una silicona especial. Todo eso garantiza que no haya afectación al medio ambiente marino. Porque toda la iniciativa contó con el respaldo de un estudio de impacto ambiental”, explicó Claudio Barbieri, de Cota Cero.
Además del sabor novedoso que se espera del vino, hay expectativa por ver cómo el mar ha convertido a las botellas en piezas de arte. Es que cada una de ellas tendrá una apariencia única, fruto de las incrustaciones de moluscos y crustáceos y del color que le habrán impreso algas y otros vegetales marinos. «Ocurre que -adelantó Barbieri- lo que permanece en el mar comienza a llenarse de vida, se coloniza. Y las algas, los microorganismos, todo lo que late en el fondo recreará la imagen de esas botellas. Que serán otras, llenas de encanto submarino, al llegar a tierra”.
La iniciativa se complementaría con el cultivo de mejillones para ofrecer platos frescos junto al vino.