Esta crónica pone en valor las historias y los personajes de Mendoza que se entrelazan para dar vida a una provincia donde el vino alegra los corazones y motoriza los sueños. Y también homenajea a quienes, como Miriam Chávez (foto principal), protagonizan historias ejemplares que hablan al mundo de la potencia del terruño y su gente. Fue escrita con vocación de compartir, de pintar la aldea para hacerla universal, y publicada en la web de Great Wine Capitals (Grandes Capitales del Vino), la red de la que Mendoza forma parte como miembro fundacional. Su autora, Carolina Suárez Garcés, es licenciada en Comunicación, sommelier y encargada de Relaciones Institucionales de ProMendoza -la agencia gubernamental de promoción de las exportaciones de la provincia.
Carolina Suárez Garcés,
autora de esta crónica
Cada lugar tiene sus historias. Esas historias mueren si no se cuentan… Las regiones vitivinícolas tienen sus narradores que las mantienen vivas en las bodegas que reciben a visitantes que -ingenuos- llegan a conocer sobre el vino… y se van enamorados del terruño, de su gente, de sus desafíos y logros.
Mendoza está orgullosa de su pasado, de sus esfuerzos y conquistas y los relatos mantienen vivo el espíritu trabajador que siempre ha destacado a nuestra provincia. Las bodegas de Mendoza son las narradoras incansables de lo que no tenemos que olvidar e inspiradoras de un futuro en el que la tierra y los hombres viven en equilibrio y abundancia.
Historias del agua
Con menos de 300 mm de precipitaciones anuales, Mendoza es un desierto. El ingenio del hombre ha hecho que la ciudad parezca un bosque frondoso, que brinda su sombra reparadora en los calurosos días de verano, y que los oasis productivos provean de excelentes frutas y verduras al país y al mundo. Ya en la época prehispánica, los aborígenes que habitaban la zona habían desarrollado un sistema para poder conducir el agua de deshielo de las montañas para riego y consumo. Con el paso del tiempo, las inversiones y el esfuerzo, ese sistema primitivo se convirtió en una red de diques, canales y acequias que hacen llegar el agua a todos los rincones de Mendoza.
Las acequias marcan la fisonomía de las calles y hacen sonar su rumor de vida que refresca. Muchos extranjeros se sorprenden de encontrar estos canales abiertos acompañando las veredas. A los mendocinos nos recuerdan el trabajo del hombre para tener la provincia que tenemos. Esas acequias y canales llevan el agua hasta las fincas, hasta los viñedos, en valiosos turnos en los que se comparte este recurso tan escaso.
En 1606, el gobierno colonial en Mendoza creó el cargo de Alcalde de Aguas. En 1884, las autoridades de entonces aprobaron una Ley de Aguas y crearon el organismo administrador del recurso hídrico: Departamento General de Irrigación.
La historia cuenta que ya en 1606 se creó el cargo de Alcalde de Aguas, primera autoridad responsable del riego y distribución del agua en Mendoza. Para poder gestionar este recurso de mejor manera, el gobierno de la provincia, en 1884, aprobó una Ley de Aguas y creó un organismo público descentralizado que administra el recurso hídrico: el Departamento General de Irrigación. Esto dio origen a figuras originales como los tomeros, que abren y cierran las compuertas para que el agua llegue a todos los regantes. Su importancia y arraigo se destaca en las canciones folclóricas y, en la actualidad, hasta una marca de vinos les rinde honores (Tomero, de Bodega Vistalba).
Las bodegas reciben el agua como oro líquido y buscan día a día su uso más eficiente. Sólo el 4% de la superficie de Mendoza está irrigada y es apta para cultivo, por lo que estamos orgullosos de mostrar cómo el esfuerzo del hombre convierte un desierto en un vergel de abundantes frutos.
Mendoza inspira a no bajar los brazos, a creer en los sueños, a colaborar entre vecinos por el bien común.
Historias de valentía y altura
Mendoza es tierra de hazañas, como la que contamos de domar el desierto. Como la de preparar un Ejército que cruzó las grandes montañas de los Andes en 1817 para que Chile y Perú lograran su independencia. Estas grandes montañas -que proveen el agua tan preciada- son un marco de referencia para todos los mendocinos y un espectáculo inolvidable para todos los visitantes. Se elevan detrás de los viñedos como espíritus vigías que cuidan los frutos que se convertirán en vinos para brindar por nuestra tierra y su historia.
Esas historias de valentía y arrojo siguen inspirando a los viticultores de Mendoza a conquistar las alturas y brindar al mundo vinos de terruños impensados. En la década de 1990 fue la conquista del Valle de Uco, con plantaciones que van de los 900 a los 1.400 metros de altura sobre el nivel del mar (msnm). Esta zona concentra la mayor cantidad de viñedos de altura del mundo y representa el 20% de la producción mendocina actual. Tanto ha sido su éxito y reputación que desde 1990 la superficie cultivada ha crecido en un 244% y sigue creciendo. Los registros indican 8.000 ha de viñedos en 1990 y más de 28.000 ha en 2020.
La superficie cultivada con viñedos del Valle de Uco creció un 244% desde 1990 a la actualidad, pasando de 8.000 hectáreas en aquel año a 28.000 hectáreas en 2020.
El pionero en posicionar esta zona fue Nicolás Catena en su búsqueda de potenciar el malbec como varietal insignia de Argentina. Luego fueron llegando otras inversiones locales y extranjeras como Salentein, Lurton, Rothschild, Dassault, Rolland, Cuvelier, Revana.
Carolina Fuller, responsable de hospitalidad de Corazón de Sol, relata que al comienzo los caminos eran de tierra y la zona estaba tan poco desarrollada que los huéspedes se sorprendían al llegar a los oasis que cada bodega iba formando. Además, no había mano de obra calificada. Cada proyecto tuvo que formar a sus equipos y la necesidad fue creciendo de tal manera que traccionó la llegadaal Valle de Uco de delegaciones de las distintas universidades de la Capital de Mendoza, para preparar a los habitantes del lugar para los nuevos desafíos.
Los límites parecen llamar a desafiarlos. Así, en 2014 Ariel Saud se asoció con los enólogos Alejandro Sejanovich y Jeff Mausbach para encarar un proyecto en el campo de su familia en la Quebrada del Telégrafo, Uspallata, a 2.000 msnm. Los vinos llevan el nombre de Estancia Uspallata.
Por su parte, Santiago Achaval y Roberto Cipresso, desde bodega Matervini, buscaron nuevas y mayores alturas para el malbec. En Mendoza desarrollaron plantaciones en el Valle de Canota y en Piedras Viejas, en la zona de El Challao, Las Heras. Allí crearon el primer viñedo mendocino de
pendiente pronunciada, a más de 1.600 msnm. En menos de 20 hectáreas, la diversidad del suelo sorprende: hay áreas de piedra calcárea de 40 millones de años y otras de 450 millones de años, así como también zonas de basalto negro fracturado.
Todos estos esfuerzos son historias dignas de ser contadas para que lleguen a todas las esquinas del mundo, para que despierten la curiosidad de venir a Mendoza a emocionarse con los Andes, sus alturas, sus nieves eternas y sus vinos únicos e inolvidables.
Historias de nuevos comienzos y superación
La historia de la vitivinicultura en Mendoza comienza con la llegada de los españoles que trajeron las vides para preparar el vino para celebrar la misa en el siglo XVI y se potencia con la llegada de los inmigrantes italianos, españoles y franceses en el siglo XIX.
Mientras que en Europa se perdían los viñedos por la filoxera, en Mendoza crecían sanamente las hectáreas bajo el sol. Y así hoy Mendoza cuenta con viñedos de más de 100 años de edad.
A partir de 1990 llegaron nuevos proyectos internacionales para explorar nuestro terruño y posicionarlo en las mejores vitrinas del mundo.
Raventós Codorniú (España) estableció Bodega Séptima en Luján de Cuyo; Concha y Toro (Chile) inició las operaciones de Trivento en Maipú; Mijnerdt Pon (Holanda) eligió el Valle de Uco para su proyecto Salentein, que incluye viñedos, bodega, sala de arte, restaurante y posada.
También los capitales locales advirtieron el potencial del vino en Mendoza y desarrollaron proyectos innovadores como Catena Zapata (Luján de Cuyo), Piedra Infinita de Familia Zuccardi en Valle de Uco, por nombrar sólo algunos de los tantos desarrollos que hacen de Mendoza un oasis con más de 600 bodegas, de las cuales 150 abren sus puertas a los visitantes para contarles todas estas historias.
Miriam Chávez, una luchadora apasionada
Cada proyecto es un mundo, con sus propias historias y héroes, muchas veces anónimos. Podríamos contar tantas historias como racimos. Aquí vamos a contar una historia en especial, como homenaje al esfuerzo y la superación, como homenaje a una mujer que nos dejó físicamente esta semana pero que va a permanecer en estas historias del vino de Mendoza. La historia de Miriam Chávez, apasionada por brindar lo mejor a través de sus platos.
Miriam nació en Bolivia y llegó con 18 años a Mendoza para trabajar en el campo, cosechando y realizando diversas tareas. Luego se desempeñó como mucama y personal de limpieza hasta que una noche de mucho trabajo en la cocina del restaurante que limpiaba, tuvo la oportunidad de demostrar su habilidad.
Así se convirtió en ayudante de cocina en el restaurante de la Bodega O. Fournier. Allí fueron floreciendo sus dotes de cocinera y, con mucho esfuerzo, logró establecer su propio restaurante, Atipana, en Las Pérgolas de Vista Flores, Tunuyán. Atipana en idioma quechua significa «triunfar o vencer luego de una larga lucha».
Miriam Chávez llegó de Bolivia a Mendoza a los 18 años. Trabajo como cosechadora, mucama y ayudante de cocina. Hasta que logró instalar su propio restaurante, Atipana, en Vista Flores, Tunuyán. Querida y admirada, falleció aún joven el 14 de mayo de 2021.
Su cocina trascendió las fronteras de Mendoza y fue reconocida por la Secretaría de Turismo de la Nación en 2018. Su calidad humana y profesional llevó a que bodega La Coste de los Andes la invitara a trasladar su restaurante, Atipana, junto a sus viñedos en la zona de Chacayes, Tunuyán.
Allí, junto a sus hijas, resaltó los sabores mendocinos con productos de estación y siguió siendo ejemplo de humildad y esfuerzo. Miriam nos dejó físicamente el viernes 14 de mayo pero su ejemplo seguirá inspirando a la superación y a trabajar para alcanzar nuestros sueños.
Es importante que contemos nuestras historias, que las mantengamos vivas, que nuestros jóvenes conozcan nuestras raíces y nuestros logros a pesar de los múltiples desafíos, que nuestros visitantes valoren y respeten nuestros paisajes y costumbres.
El enoturismo mendocino tiene que ser conciente de su rol de narrador de estas historias y potenciarlas para destacar las propias, las que harán que tanto locales como turistas quieran volver para conectar con la emoción e inspiración de esa historia bien narrada.