El reconocido historiador, escritor y docente mendocino Gustavo Capone es un verdadero especialista en temas del Libertador de América, además de investigador en patrimonio cultural y vitivinicultura. En esta nota, Capone puntualiza diez hechos y actitudes que demuestran el amor por el vino del General que se afincó en Mendoza para desde aquí diseñar la campaña de independencia de España. En sintonía con la fecha del 17 de agosto, día de su fallecimiento en Francia en 1850, ofrecemos este texto como homenaje al héroe que impregna y enorgullece la vida cotidiana de los mendocinos, en cuyas ciudades las principales calles, distritos, plazas y parques llevan su nombre.
El General José de San Martín era un verdadero “wine lover”, un amante del vino. Pero no sólo gustaba y sabía mucho de vinos, sino que permanente compartía largas tertulias con sus amistades hablando del tema. Son famosas las catas y degustaciones junto a su amigo Alejandro Aguado recorriendo bodegas en Francia. Más aún, fue un fanático que también estudiaba sobre enología, cultivos, variedades de uvas, regiones, suelos, temperaturas, añejamiento y, hasta desde el punto de vista nutricional, sobre los beneficios que ofrecía beber vino.
Bastará recordar que quería vivir y morir como un productor vitivinícola en su chacra de Los Barriales en Mendoza. Lo manifestó en varias cartas y lo predicaba donde pudiera. A tal punto llegó su convencimiento sobre la calidad de los caldos cuyanos que discutía airadamente con sus amigos europeos defendiendo las virtudes del vino mendocino.
“¡Que me van a decir a mí! ¡He tomado vinos portugueses, franceses, españoles, hasta vinos del norte de África, probé!”, podría haber sido una exclamación suya en pos de su defensa comparativa en favor de los vinos cuyanos. Esto, también, cientos de testimonios y anécdotas lo confirmaron. Por ende, vayan aquí diez notas que reafirman el costado sanmartiniano en favor de la defensa y promoción de la vitivinicultura de Mendoza.

1. Sobre el tema vitivinícola se había cultivado en Andalucía. Pero a su paladar no le habían escapado los sabrosos vinos de Rioja, Castilla, de la ribera del Duero, de Jerez, los vinos blancos de Rueda o el priorato de Tarragona.
2. Ya en Mendoza, y en el marco de su programa estratégico, el general San Martín compuso como gobernador mendocino un verdadero esquema de ordenamiento territorial. Estimuló con planes de fomento a los pobladores para que adquirieran o arrendaran tierras para el cultivo de la vid, además de acompañar la medida con la apertura de canales y acequias que beneficiaran dichas regiones y poder hacer más favorable la tarea de los emprendedores. Precisamente, el Este de Mendoza se verá claramente favorecido con la realización de obras de irrigación y la construcción de un molino harinero, el Molino Orfila, que facilitó el abastecimiento de alimentos para los soldados del ejército y vecinos del lugar.
3. Para corroborar su compromiso y visión (aún en tiempos de guerra, donde nunca descuido su papel de gobernante y gestor social) solamente citaremos un ejemplo que adoptó para proteger la industria vitivinícola y buscar ampliar el comercio con las provincias vecinas. Fue cuando envió a Juan de la Cruz Vargas a Buenos Aires para gestionar la suspensión de impuestos que pesaban sobre el vino y la grapa cuyana con el objeto de favorecer la competencia nacional e internacional.
4. Podríamos agregar, siguiendo las directivas de San Martín, los argumentos de Tomás Godoy Cruz en el Congreso de Tucumán donde reclamó airadamente que se bajarán los excesivos impuestos y derechos de tránsito que pesaban sobre la producción de vinos, aguardientes y frutas secas que asfixiaban la economía provincial, y que además la medida proteccionista solicitada era universalmente adoptada por las distintas naciones para fomentar la industria nacional.
5. La gesta libertadora sanmartiniana puso a la tierra mendocina en armas. Tras duros años de preparación movilizó a 5.424 soldados para cruzar Los Andes. La campaña se realizó con un soporte de 1.600 caballos y 9.281 mulas, entre las cuales podemos determinar: 7.359 mulas de silla y 1.922 de carga. Un mulo puede transportar una carga promedio de hasta 150 kg y recorrer diariamente de 25 a 40 km. He aquí lo importante: las mulas del ejército transportaron 113.000 litros de vino mendocino. Así, 1.113 mulares cargaron 2 bordalesas de 50 litros a cada costado, además de llevar un promedio de 30 kilos más de otras provisiones y pertrechos.
6. Aclaremos que todo el vino trasportado fue donado por viticultores mendocinos. Lo relevante del caso fue que cada soldado debía consumir indefectiblemente una cantidad determinada de vino como factor imprescindible para su hidratación y nutrición, necesitando ingerir más de 3.000 calorías diarias, mientras que obligatoriamente debían beber 3 litros de agua y ½ litro de vino diario.
7. Al no haber cantimploras para llevar individualmente el vino y el agua se adecuaron 8.000 cuernos de vaca como envases con tapas de madera. Cada soldado llevaba 2 cuernos adaptados con la función de recipiente.
8. Pero el aporte de la industria vitivinícola no quedó ahí. Los arrieros y transportistas de vinos y aguardientes abonaron, por propia iniciativa, un derecho de extracción (cada vez que cargaban vino en las bodegas) calculando ingresos por 2.300 pesos mensuales, mientras que el gremio de carreros también aportó una contribución voluntaria de un peso por cada viaje de carreta.
9. Su prédica en favor de la viticultura no sólo fue local. Así como en Mendoza estimuló el vino rosado hecho de uva Listán Prieto, historiadores destacaron que cuando San Martín fue Protector de Perú e Hipólito Unanué fuera su Ministro de Hacienda, impulsaron la producción de pisco en tierras peruanas. Pero también en Chile promovió el «chacoli” (el txacoli de los vascos) y el «asoleado”.
10. Terminamos con una famosa anécdota conocida. Fue cuando en complicidad con Manuel de Olazábal tendió una broma a dos camaradas de ejército, y el humorístico momento giró sobre vinos. Lo cierto fue que, en la primavera de 1816, San Martín tenía como invitados a cenar a Mosqueras y Antonio Arcos (un español “afrancesado”), quienes siempre se jactaban de saber mucho de vinos. La tarea cómplice de Olazábal sería etiquetar como “Málaga” la botella con vino mendocino y con “Mendoza” al envase de vino español. El relato continuará directamente de la versión de Olazábal a partir de su propia crónica: “Efectivamente, después de la comida, San Martín pidió los vinos diciendo: ‘Vamos a ver si están ustedes conformes conmigo sobre la supremacía de mi Mendocino’. Se sirvió primero el de Málaga con el rótulo ‘Mendoza’. Los convidados dijeron, a lo más, que era un rico vino pero que le faltaba fragancia. Enseguida, se llenaron nuevas copas con el del letrero ‘Málaga’, pero que era de Mendoza. Al momento prorrumpieron los dos diciendo: ‘¡Oh!, hay una inmensa diferencia, esto es exquisito, no hay punto de comparación’. Luego de ese momento reveló su engaño. El general soltó la risa y lanzó: ‘Caballeros, ustedes de vinos no entienden un diablo, y se dejan alucinar por rótulos extranjeros’, y enseguida les contó la trampa que había hecho”. Ni aún en tiempos bravos San Martín perdía el humor, ni su capacidad para brindar enseñanzas. El vino ofrecido era una variedad mendocina de vino dulce moscatel (uva blanca de la variedad Moscatel de Alejandría, que se servía a los postres.
Mendocinismos para honrar al General
Era un vino de Mendoza el que hizo “compadrear” a San Martín. Entre risas y “chanchullos”, la circunstancia lo puso “chocho” a Don José. La fresca picardía generó una sana “cachada” a sus compadres, que sentó de “poto” a los invitados, haciéndoles cerrar el pico e hizo callar hasta los “chocos”.
No se “olló” ni una “bulla”. Me imagino que a los pobrecitos les “chorrió” un “chiflete” por todo el pescuezo. ¡Que “chirlo” recibieron! Quedaron “tinqueados”.
No es que la chanza de San Martín haya tomado para el “churrete” a los extranjeros, sólo quiso darles una bonita lección. En el fondo, ellos se habían “topado” con un mendocino de buena cepa, que metió a los visitantes en un “atolladero” y que seguramente no se olvidaron jamás del jocoso “coscacho” que San Martín les dio. Los hizo quedar como “culillos” a los sabiondos; como “chinitas y chapecas” cuando se pegan un porrazo después de haberse caído tras chivatear “a peteco”.
¡Quedaron con una carita “los huevones”! Como si hubieran visto al Futre y la Pericana. Que grande San Martín. Las “pachotadas” de escucharon hasta en la Loma del Chachingo.












