Bodegas de Argentina (BdA) y la división de vinos del Banco Supervielle presentaron el informe «El desafío del abastecimiento de uva», realizado por el economista Javier Merino. Allí se concluye que la cosecha de uvas de 2023, de 14,4 millones de quintales, fue la más baja de los últimos 30 años, por el efecto de eventos climáticos adversos excepcionales. El mercado de las uvas tuvo una merma del 23,7% en 2023 comparativamente con 2022, pero una subida de precio del 60,6%, lo que dio como resultado un crecimiento en la facturación del 22,5%. La investigación agrega que esta circunstancia aumenta los costos de producción de vinos, y que difícilmente las bodegas puedan trasladar ese mayor costo al precio final del producto.
En la Bodega Tapiz de Luján de Cuyo, Mendoza, Javier Merino, economista y responsable del Centro de Estudios Económicos de Bodegas de Argentina (Ceeba), expuso un panorama sobre la difícil situación que atraviesa el sector, con datos obtenidos de un informe trimestral realizado por la División Vinos del Banco Supervielle titulado «El abastecimiento de uva en su momento más crítico».
Según explicó el economista, la cosecha de uvas de 2023 fue la más baja en décadas, resultado que estuvo directamente relacionado a eventos climáticos excepcionales, equivalentes a los que se observan en distintas regiones del planeta -competidoras en el mercado global de vinos- lo que otorga una cuota de incertidumbre hacia el futuro por la repetición de su ocurrencia.
«Sin embargo, este evento de la vitivinicultura argentina se da adicionalmente a otras situaciones que datan ya de varios años como la menor cantidad de vino vendido por las bodegas, una considerable merma en la inversión en viñedos por baja rentabilidad y la acotada disponibilidad de crédito de largo plazo en combinación con un cambio de hábito de los consumidores hacia categorías más altas de precios. En resumen el viñedo argentino ha disminuido su superficie y ha bajado su rendimiento más allá de la reconversión hacia otras regiones y variedades», sostuvo Merino.
El informe también refiere a la evolución de las inversiones en viñedos desde la década del´90 cuando comienza una gran atractividad inversora del sector que está claramente relacionada a la facturación esperada, esa etapa se prolonga hasta la primera década del 2000. Es a partir de 2010 cuando se desploma la inversión anual en viñedos y se llega en los últimos años a una implantación casi nula.
En cuanto a la baja en el volumen total de producción, no se dio sólo por la caída de la superficie total plantada sino que también a la caída de la productividad física, inclusive en variedades de menor rendimiento. El rendimiento productivo que se ubicaba frecuentemente por encima de los 110 quintales por hectárea hace 15 o 20 años (11 de 15 temporadas) tenía que ver con la abundante plantación relativa de variedades de alta productividad física que fueron sustituyéndose por otras de menor rendimiento.
Sin embargo, más allá de la sustitución en los últimos años parece existir una merma considerable (8 de 16 temporadas por debajo de 110 quintales) que puede estar obedeciendo a otras causas como fenómenos climáticos adversos recurrentes y una menor inversión en mantenimiento de viñedos. De continuar así la escasez por la que atraviesa el sector puede ser más permanente que coyuntural.
En 2023, el mercado se ha caracterizado por una sustancial caída de volumen y un significativo aumento de precios. Esta característica está asociada a una gran presión de oferta que terminó elevando la facturación. El resultado de la mala cosecha actual -según indican en el informe presentado- aumentará con seguridad los costos de producción de vinos que difícilmente las bodegas puedan trasmitir al precio final del producto
«Los precios de esta temporada para la materia prima han sido sustancialmente más elevados que los promedios históricos medidos en moneda de igual valor adquisitivo lo que ha sido conveniente para los productores que sortearon con cierto éxito los accidentes climáticos pero que no compensa años anteriores de bajos precios con baja o nula rentabilidad. Por otro lado, la rentabilidad en la producción de vinos se encuentra en niveles mínimos y esto no permite sostener en el tiempo valores elevados de la materia prima, un callejón que no parece tener salida en el corto plazo pues en gran medida las principales causas de esta situación hay que buscarlas en la mala situación de contexto macroeconómico argentino que mantiene sistemáticamente bajo los ingresos de la población que no puede acompañar los elevados índices de precios afectando negativamente la demanda de vinos en el mercado interno y por otro lado el deterioro del tipo de cambio en relación a la inflación que no permite rentabilizar las exportaciones», explicó Javier Merino.
Para concluir, el especialista conjeturó que, si cambia el curso de la historia económica de la última década, podría esperarse una recuperación de la venta de vinos tanto en el mercado nacional como en la exportación, pero podría aparecer una escasez de materia prima como limitante, que sólo podría revertirse con inversiones de largo plazo cuya respuesta productiva se puede esperar en no menos de tres o cuatro años, lo que seguirá manteniendo al mercado de materias primas en una situación de negociación muy compleja.
«Parece haber llegado al sector una nueva época donde productores de uva y elaboradores de vino acuerden y negocien con instrumentos innovadores y donde se alcancen compromisos de largo plazo que tengan como destino final atender las exigentes necesidades de los consumidores de vino en un ambiente muy competitivo. El trabajo conjunto de ambas partes es clave para recuperar rentabilidad y dinamismo. Del mismo modo que hoy la fidelización es un activo intangible de alto valor en la venta de cualquier producto o servicio para generar sostenibilidad económica de largo plazo, este comportamiento se extenderá a lo largo de los distintos actores de la cadena de valor y aquellas empresas que mejor lo hagan obtendrán cuotas de mercado importantes en el largo plazo”, finalizó Merino.