El término «enodiplomacia», recientemente acuñado, forma parte de un proceso mayor, como parte de la «gastrodiplomacia», que ya ha tenido reconocimiento teórico. En la nota que a continuación replicamos parcialmente -agregando en recuadro el PDF del artículo completo- los historiadores, investigadores y escritores Pablo Lacoste -mendocino afincado en Chile, académico de la Universidad de Santiago de Chile- y José Antonio Negrín -español, doctor en Economía y docente de Historia Económica en la Universidad de Castilla-La Mancha- analizan el novedoso concepto y sus alcances como herramienta de utilidad en los estudios internacionales. Los fragmentos seleccionados y los textos destacados son nuestros.
Se indaga en este artículo el concepto enodiplomacia y su eventual aporte y aplicación en los Estudios Internacionales. También se ubica el concepto dentro de las estrategias de poder blando (soft power), en el sentido del empleo del vino y la cultura del vino como medio para proyectar el prestigio y la imagen país. Asimismo, se detecta un patrón en el sentido de la centralidad que algunos países productores han dedicado al vino en sus estrategias de política exterior económica.
Al tratarse de un término nuevo, que todavía no ha sido asimilado en la corriente principal de la teoría de los estudios internacionales, conviene realizar un estudio exploratorio para identificar sus alcances y proyecciones.
El tema es particularmente relevante en países en los cuales la vitivinicultura tiene un peso significativo en la economía nacional, las exportaciones y el turismo, como los casos de Francia, Italia, España, Portugal y Alemania, en Europa, así como Australia, Nueva Zelanda, Argentina y Chile en el hemisferio Sur.
Un recurso para potenciar la vitivinicultura nacional
De Japón a Perú, pasando por Francia, los países supieron aprovechar los recursos ofrecidos por sus cocinas. En ciertos países, el vino fue el objeto de una atención particular. Por ejemplo, en Argentina, tras la elección de Jorge Mario Bergoglio como Papa en 2013, se elaboró el vino de misa «Todos», a partir del acuerdo entre la Corporación Vitivinícola Argentina (Coviar) y el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA); tres años más tarde, este vino de misa fue obsequiado al Santo Padre cuando canonizó el primer santo argentino, con la clara intención de afirmar antes los ojos del mundo el potencial de la vitivinicultura nacional, y a través de ella de todo el país.
Conclusión
La enodiplomacia ya existía, antes de ser definida como tal. En ese sentido, guarda un paralelismo con el concepto de desarrollo «industrial sustitutivo de importaciones», acuñado formalmente por la Cepal en 1949, pero que ya estaba afianzado en América Latina desde la década de 1930, debido a las políticas proteccionistas surgidas como respuesta a la Gran Depresión de 1929.
La Cepal no creó una realidad nueva. Simplemente, se limitó a identificar una situación que ya existía. En ese sentido, el reconocimiento de la enodiplomacia contribuye a identificar la tendencia a situar el vino en un lugar central de la política exterior, ya como herramienta de prestigio, ya como promoción de una rama industrial de la economía nacional.
Desde la perspectiva de los estudios internacionales, el concepto enodiplomacia resulta adecuado como herramienta conceptual para examinar las acciones impulsadas desde el Estado para promover los intereses nacionales a partir de la visibilización y puesta en valor de la vid y el vino.
Estas acciones pueden tener diversas manifestaciones, orientadas tanto al fortalecimiento interno del país, como a su imagen internacional. En todo caso, la enodiplomacia surge como una actividad transversal, que involucra diversas actividades y actores. En una primera acepción, la enodiplomacia representa la voluntad de incluir la vid y el vino dentro de la agenda de la política exterior económica, para promover las exportaciones de vino nacional.
El caso más emblemático de los últimos años sería el de Chile, y su agresiva política de estímulo a las exportaciones de vino mediante Tratados de Libre Comercio, en los cuales el vino chileno es el producto privilegiado en la negociación diplomática.
En un segundo nivel, la enodiplomacia estaría asociada al uso del vino como vector de prestigio y construcción de poder. Ello comprende el vino como obsequio y homenaje, recogiendo el papel central del vino en las ce-remonias francesas del Antiguo Régimen y en los parlamentos mapuches del Reino de Chile.
Invitar a visitar un país vitivinícola, es una nueva forma de convocar a un banquete de la antigüedad: la oportunidad de vivir una experiencia placentera y emocionante».
Pablo Lacoste – José Antonio Negrín
Derivado de lo anterior, es decir, el vino como bandera y símbolo de prestigio, tendríamos una nueva actividad económica y política, signada por el enoturismo: el turismo como elemento de seducción y atracción para promover el turismo receptivo de una nación. Invitar a visitar un país vitivinícola, es una nueva forma de convocar a un banquete de la antigüedad: la oportunidad de vivir una experiencia placentera y emocionante.
Si la enodiplomacia no se puede tampoco confundir con la promoción internacional de destinos enoturísticos, estas dos actividades se pueden combinar en la práctica. Fortalecer una imagen territorial usando el poder de seducción de unos vinos puede despertar curiosidades y intereses para unos paisajes vitivinícolas y alentar un intento de desarrollo económico a través del turismo receptivo.
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Fuente: Estudios Internacionales 202 (2022) – ISSN 0719-3769 (pags. 107-125). Instituto de Estudios Internacionales, Universidad de Chile. Autores: Pablo Lacoste y José Antonio Negrín.